Una Extraña Mañana - RELATO BREVE

Era temprano cuando me levanté para ir al trabajo. Como cada mañana, había apagado el despertador varias veces antes de poder despertarme del todo. Abrí primero un ojo a medias para ver qué hora era realmente, pues el tiempo parece pasar más rápido en estas circunstancias para los que somos remolones, como si estuviéramos brevemente en otra dimensión en la que todavía falta mucho para la temible hora en la que hay de salir de la cama de un salto, y en realidad estamos al borde de la impuntualidad absoluta. 

Como era costumbre, ya la noche anterior había dejado preparada la ropa que me iba a poner. Había colocado un pantalón de vestir color negro, una camisa blanca con frunces en el pecho y un par de zapatos negros tipo chatitas que adoro por ser tan cómodos. La costumbre de preparar la ropa me la había enseñado mi mamá y tenía mucha razón pues cada vez que empezaba el ritual del maquillaje, la planchita del pelo, el perfume y los accesorios como los aritos y reloj que casi siempre olvidaba y dejaba para último momento, me llevaban tal cantidad de tiempo que siempre llegaba tarde a todos lados. Hasta que una vez al probarla técnica de tener la ropa elegida y fuera del placard me ahorré esos valiosos minutos de los que las mujeres escaseamos antes de salir.

Cuando medio sonámbula salía de la habitación y por fin empezaba a caminar por el pasillo que lleva hacia el cuarto baño algo llamó mi atención, pero no pude distinguir exactamente de qué se trataba y seguí caminando para que no se me hiciera tarde. Eso sí, en casa reinaba el más absoluto de los silencios, ni siquiera se oia el ladrido del perro o ningún otro ruido que proviniera del exterior.

Cuando entré en el cuarto de baño me acerqué hacia la bañera para descorrer la cortina y abrir el grifo de agua caliente; me quedé pasmada al ver que ninguno de los grifos estaba allí. La pared de azulejos se encontraba totalmente libre de artefactos. Algo parecido al asombro y al temor reunidos en una sola sensación se apoderó de mí. Corrí la cortina de baño nuevamente, respiré hondo y volví a descorrerla. Los grifos aún no estaban en la pared. Permanecí allí parada por un instante sin saber qué hacer, casi sin pestañear.

Desesperada, inspiré hondo y volteé para lavarme la cara en el lavabo y ver si así podía aclarar mi mente un poco. A lo mejor estaba aturdida o medio dormida todavía. Para sorpresa mía el lavabo no estaba en su lugar. Ya empezaba a sentirme algo mareada cuando giré sobre mis talones para chequear que estuviera realmente en mi cuarto de baño, y al cambiar de lado allí estaba el lavabo. Presa del pánico me acerqué a la bañera y descorrí las cortinas. Los grifos se encontraban también del lado opuesto a su lugar habitual. Algo descompuesta y con las piernas que me temblaban como fideos, logre mojarme la cara y sentada en el suelo traté de recomponerme. 

¿Cómo era posible que después de vivir tantos años en la misma casa hubiera confundido de qué lado estaba el lavabo o los grifos de la bañera? Algo estaba mal conmigo y no sabía qué era.

La mañana había empezado como tantas otras, y no podía recordar nada extraordinario que hubiera pasado la noche anterior que pudiera haber tenido un efecto tan catastrófico en mi mente. Definitivamente algo no estaba bien, y la preocupación me inundó por completo. Lo único que se me había ocurrido por el momento era seguir los pasos habituales de cada mañana para sentirme un poco más normal y luego vería qué haría. Seguramente con el pasar del día esta sensación de confusión se iría y daría paso a la cordura, sí a la cordura, porque lo que sucedía en aquel cuarto de baño era demencial.

Una vez que había terminado de bañarme, me dirigí al cuarto para vestirme, y cuando regresé fue cuando me di cuenta por qué algo me había llamado la atención al despertarme. La cama en mi cuarto estaba también cambiada de lugar. Al igual, que la mesa de noche, el escritorio y dios mío, también la ventana. En este punto fue donde la desesperación me dominó por completo y decidí bajar al living para llamar a mi madre por teléfono. Le pediría que viniera para ayudarme. Tal vez ella pudiera ver algo que yo no veía en este asunto, o por lo menos llamar al médico y esperar conmigo a que éste viniera y me diera una respuesta coherente para lo que estaba sucediéndome.

Con las piernas aun flojas y las manos que empezaban a transpirar me dirigí a la escalera para bajar al living y al salir de mi cuarto y doblar por pasillo principal me quedé una vez más atónita y boquiabierta. En lugar de la escalera estaba el closet y la escalera, a estas alturas consabido, frente a este al otro lado del pasillo. Me di vuelta sin siquiera permitirle a mi cerebro formular ninguna teoría del por qué a semejante aberración, pero eso sí, inevitablemente estaba entrando en estado de shock.

A duras penas y con mucho esfuerzo llegué a la escalera y la baje lentamente hasta llegar al living. A punto de desmayarme observé lo que allí sucedía. Todo, absolutamente todo, estaba al revés de cómo solía estar. Me preguntaba si ésta era en realidad mi casa o si había sufrido algún accidente que afectara mi mente del que no me hubiera percatado hasta entonces.

Jadeando y víctima de un ataque de pánico llegué hasta el teléfono y me disponía a llamar cuando levanté la vista para verme en el espejo que estaba colgado en la pared frente mí. Una vez más el terror me abordó y sentí que se me congelaba el alma. Allí del otro lado del espejo estaba yo, lo más bien y con una amplia sonrisa. Me miré a mi misma y esa otra yo me guiñó el ojo y luego con una mueca absolutamente endemoniada me dijo:

-‘Yo vivo ahora en tu casa. Estás atrapada del otro lado del espejo y no vale la pena gritar, nadie puede oírte’. 

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