Al entrar en su casa siempre me invadía una fragancia especial, a mí y a todos los que fueran de visita. Quizás los que concurrieran por primera vez no lo notaran pero cuando ya hubiesen ido en más de una ocasión, sabrían que esa casa contaba con un aroma muy particular.
Fui con mi madre cuando era pequeña y alguna vez con mis hermanos también. Todo en su lugar y un lugar para todo en aquella pequeña morada. Un departamento acogedor para una sola persona. Se notaban las mañas de mi tía abuela en la decoración y el orden de las cosas.
Cuando uno vive solo mucho tiempo, la casa se vuelve una parte más de uno. Los años habían hallado sitios y maneras allí para todas las cosas. Mi tía siempre muy coqueta, con sus centelleantes ojos verdes, cautivadores, orgullosos y tan solos a veces, amaba cada rincón y cada objeto.
A mí siempre me había llamado la atención una cajita musical de madera brillante, marrón claro como el roble, con la tapa ilustrada con un paisaje invernal de montañas y nieve. La abría con cuidado porque cuando uno es chico los grandes temen que rompamos los objetos delicados, esos que se precian más allá de su valor monetario.
La cajita me regalaba cada momento una melodía armónica y apacible, tan distinta a cualquier otra que mis jóvenes oídos hubieran escuchado antes. Al terminar de sonar la primera vez, ella me enseñó que había que darle cuerda, y así, la fantasía volvía a cobrar vida y a ponerme bajo su encanto una vez más. Me acariciaba el alma. Yo creo que ella sabía eso.
Mi tía abuela, Dorita, se ha unido a las estrellas hace ya algunos años; le dejó el departamento a mamá. Cuando fuimos a organizar las cosas, el aroma casi hipnótico de su vida flotaba en el aire; mucho tiempo pasó hasta que viajó con ella. Entre los objetos que conservamos estaba la cajita musical.
Mamá me dijo si quería quedármela, porque sabía que me gustaba desde siempre. Acepté gustosa. La tomé entre mis manos con sabor a despedida que solo duró un momento, después le di abrigo en mi casa porque sé que ella hubiera estado feliz de que así fuera.
Suena el teléfono; atiendo. La voz de mamá me pregunta…
- ‘¿Qué tal hija?, ¿Qué estabas haciendo?’
- ‘Escribiendo un poco, ma’.
- ‘¿Sabés? El cucú de la tía se detuvo, justo ahora’. - la noto caída -.
- 'No te preocupes ma, aquí su cajita musical ha empezado a sonar'.
- '¡Qué justo!' - me dice con sorpresa -. '¡La abriste al mismo tiempo, hija!'
- 'No ma, no toqué la cajita, la estaba pensando nomás'.

Que lindo .como todos tis relatos .felicitaciones Xime
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