Travesura Encubierta - RELATO BREVE

La fachada parecía una muralla, alta, fuerte, rústica. Los grandes postigos y la puerta larga y añeja encerraban un impensado misterio. Eso imaginaba yo en mi cabecita fantasiosa. Jugábamos con mis amigos todas las tardes después del colegio. El patio, amplio y con baldosones lisos, era el campo de batalla perfecto para correr, saltar, patinar y andar en bici.

Éramos guerreros, ladrones, policías, vaqueros, soldados y superhéroes también. ¡Qué tardes aquellas! ¡Qué sueños y qué energía! El sol brillaba sobre nuestras brillantes cabelleras en esos días, invitándonos a la diversión y a la amistad. El único ferviente deseo era volver a casa para jugar, claro que antes había que hacer la tarea, pero eso qué importaba, el premio era de lo mejor.

Aquella tarde, Juancito trajo la novedad. Una pelota de béisbol. ¿Qué era eso? Nunca habíamos visto una de esas bolas fuera de las películas. Acá no había. Se la había traído un tío de Estados Unidos junto con un guante y un bate de madera. ¡Era lo máximo! Juan nos contó más o menos cómo jugar, pero no entendimos nada de los detalles. Sólo sabíamos que había que pegarle a la pelota con el palo y correr hasta tocar una baldosa que marcamos con tiza. Sin dudarlo arrancamos nomás.

Nos pusimos a sortear en qué orden íbamos a batear porque era lo que todos queríamos; agarrar la pelota si no le pegaban era aburrido, así que al guante no se lo disputaba ninguno. ¡Todos listos, en sus marcas, a jugar…! Pasamos varias horas así, bateando, corriendo, gritando y sudando las remeras con el calor del verano, alguna rodilla pelada por algún tropezón, y mucha sed, por lo que cada tanto corríamos a la canilla del lavadero a beber.

En el momento en que el agua fresca me recorría la garganta seca, escuché un estallido como de vidrios que se rompen y llueven al suelo. Corrí hasta el patio y lo vi a Juancito con la cara roja y transpirada y a los demás que se morían de risa. ¡Rajá Juancito! – le dijeron –. Enseguida me di cuenta de que había sido él el que tiró la bola justo al centro de la ventana de la cocina, que se hizo añicos.

Yo sabía que si el papá de Juan se enteraba que había roto el vidrio en una casa ajena, la iba a ligar, así que le dije a todos en el patio que no dijeran nada de nada, que iba a decir que el vidrio lo había roto yo. A Juan le dije que se llevara todas las "pruebas del delito": el bate, el guante y la pelota y que no se preocupara; no dijo nada, pero vi su inmensa gratitud en su mirada.

Formar parte de esa aventura decretó mi silencio, porque a los amigos no se los delata, se los cuida. Mientras revivía esa tarde, el guante de cuero resquebrajado, la pelota amarillenta y el bate opaco descansaban en una vitrina en el living de mi casa junto a la foto de un grupo de alegres niños, allí guardo mis más preciados tesoros.

Comentarios

  1. Es tu estilo. Con una mirada!fragmentada;antes;despues; melancolia. Raconto. Vida?;difusa ?.

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