Las Manos del Escritor - RELATO BREVE

El día que sus manos tomaron la pluma y garabatearon unas palabras, por primera vez palabras sentidas, sin obligación, destinadas a volcar el contenido de su alma desbordante, comprendió que fue como protagonizar su segundo nacimiento. 

La tinta que fluía entre renglón y renglón prodigaba su sentir, donde lo que era dicho surgía con pasión y parecía liberarle el alma del embrujo que la poseía por horas para terminar desahogándose en el blanco amarillento de la hoja. 

No sabía qué era la inspiración, simplemente se encontraba en ocasiones con tanto que decir, que compartir, que revelar, que cuando se percataba ya estaba escribiendo incesantemente a la luz de un sol que se colaba entre los paños raídos de las cortinas, bajo la tímida luz de una vela o acompañado solo por la luz de la luna que, embelesada, no se perdía una palabra. 

Aguerrido, introvertido y trabajador nunca se propuso darle vida a los miles de escritos que poblaban los estantes de su humilde morada. Aquellas páginas recibieron el polvo que el tiempo les regaló sobre aquellas maderas opacas y ninguna otra mirada se posó sobre ellas por muchos años, mientras el autor recorría el ajetreado camino de la vida. 

La mañana que sus hijos no lo encontraron trabajando desde alba, descubrieron que se hallaba en la pieza. Sentado, la pluma en la mano callosa ante una hoja manuscrita, la vela consumida y sus ojos cerrados. Esa misma tarde descubrieron que las palabras de su padre se habían refugiado en la tinta semi-descolorida de su pródiga escritura. 

No hubo que hablarlo, nació de sus corazones. Los libros surgieron de la recopilación de todas sus obras, no faltó ninguna. El tiempo que les tomó no tuvo importancia porque la vida de aquel hombre se hallaba en esas hojas, en esa tinta. El tiempo sin pasión se diluye, el Hombre sin pasión se apaga. No es este el caso del escritor que vive en el alma de quien lo lee.