Despertar - CUENTO


Julieta estaba como siempre en su amplia habitación sentada frente a la mesita de té jugando con sus diversas y esbeltas muñecas. La habitación, enteramente decorada en rosa, tules y puntillas lucía impecable y pomposa. 

La niña se sentaba a jugar allí cada tarde. Su juego preferido era “la hora de tomar el té”. Ella hablaba con sus muñecas y les daba vida creando una conversación real y entretenida. Claro, representaba una escena donde las invitadas eran muñecas, porque Julieta siempre jugaba sola. Otras niñas frecuentaron su casa pero ella las recibía con esa actitud altiva y autoritaria, siempre con esa ostentación, subida a un peldaño imposible de alcanzar, esto convertía su liderazgo en un despotismo infantil. Rechazada entonces por potenciales amigas, quedaba en la más absoluta soledad. Pero a Julieta parecía no importarle esta situación, a ella le interesaba solamente que el juego se condujera a su modo a cualquier precio, sólo ella podía tocar las muñecas como preservándolas, y mantenía el cuarto limpio y ordenado, libre de lo que llamaba “invasión innecesaria”. 

Lo cierto es que en el fondo Julieta sentía un vacío de angustia que no podía comprender a su corta edad debido también a la indiferencia de sus padres; jamás un reproche, una observación, era “la niña perfecta”. Ella no sabía lo que era jugar con sus padres. Presumía de princesa a la cual nada decían porque su perfección no merecía crítica. Y así creció, sin entender ni enterarse que muy lejos estaba de la realidad. 

Julieta pasó la adolescencia sin verdaderas amigas, solamente se interesaba en estar exquisitamente vestida y en tener los mejores maquillajes y el peinado más popular. Lo cierto es que los demás jóvenes en vez de elogiarla, una vez que la conocían comenzaban a dejarla de lado y a solas con su vanidad. Julieta estaba convencida de que lo que le sucedía no tenía que ver con ella sino con los demás, que no estaban a su altura, que carecían de refinamiento, clase y sentido de la moda y estilo. Se compadecía de aquellos que vestían con ropa sencilla que no eran de primera marca, de aquellas jóvenes que llevaban el cabello atado simplemente en una cola de caballo, o las que no usaban cremas ni perfumes para resaltar su femineidad. Ni hablar de las más aventureras que usaban pantalones y zapatos chatos sin tacón, que se trepaban a los árboles y correteaban a la par de los muchachos. 

Aun en aquella ignorancia de por qué le sucedía lo que le sucedía, Julieta creía gozar de clase y finura sin admitir siquiera que seguía sintiendo un vacío en el alma al cual no le hallaba motivo. La soledad que paradójicamente la acompañaba a lo largo de los años, se fue haciendo más y más notoria y un dejo de tristeza comenzó a crecer en el alma de Julieta, quien ante la negación rotunda de que aquello que la perturbaba estaba en sus manos para ser cambiado, siguió sumiéndose lentamente en la más profunda ofuscación. 

Cada mañana y cada noche Julieta se bañaba con finas sales de baño, usaba cremas de fragancias delicadas y se perfumaba con los más exquisitos perfumes, sólo para quedarse en su casa sin compartir momentos con amigos, se acostaba muy temprano y soñaba con conocer la felicidad que veía en el rostro de sus compañeros universitarios y de la que no era partícipe. 

Julieta empezó a preocuparse tanto por su aspecto que todo lo demás en su vida pasó a segundo plano. Obsesionada con no perder su belleza, se miraba al espejo todos los días en busca de indicios de alguna arruga o cana, y cuando no hallaba ninguno suspiraba aliviada. 

De pronto un día, de la nada, la muchacha comenzó a recibir correos electrónicos con cartas sumamente interesantes de un joven que parecía iba a la misma universidad que ella. Lo que Julieta ignoraba era cómo este joven había logrado conseguir su dirección de correo virtual ya que ella nunca se la había dado a nadie. La verdad es que nadie se la había pedido y ella era demasiado orgullosa para iniciar contacto con otros y mendigar su amistad. Pero como en estos días los piratas informáticos o hackers y los nerds de la computación son capaces de casi cualquier cosa en lo que a la vida virtual respecta, ella pareció no darle mucha importancia. 

Con el pasar de los días cada vez se maravillaba más y más con las cosas que este muchacho le contaba. Desde relatos personales hasta comentarios y debates sobre obras literarias, pinturas, cine, ópera y todo tipo de arte. Ella parecía fascinada y su rostro se veía radiante como jamás lo había estado. Es así que Julieta empezó a cultivar esta hermosa relación virtual y empezó a sentir que su vacío interior iba desapareciendo. Se dio cuenta de que esto que sentía debía ser lo que los jóvenes de su edad vivían cuando ella los veía sonriendo y disfrutando; y se dio cuenta del tiempo que había perdido con prejuicios y fachadas. 

Un día por la mañana encendió la computadora como tantas otras veces y con ansiedad abrió el programa de correo electrónico para ver si tenía algún nuevo mensaje de su amigo, y efectivamente un nuevo correo había llegado a la bandeja de entrada. Al leerlo quedó helada. Sus ojos leían una y otra vez el corto pero conciso mensaje. Su mensajero misterioso quería reunirse con ella. El tenía algo importante que decirle y prefería que fuera personalmente pues no era tema para tratar por computadora. Es así que Julieta entró en una especie de pánico pensando que su príncipe azul al verla, se llevaría una desilusión, porque seguramente él tan ilustrado y culto esperaría encontrar a la mujer más perfecta del mundo. Se sentó frente al teclado sin saber qué responder. Pasaron varios minutos hasta que finalmente la joven escribió: 

“Está bien. Nos veremos allí a esa hora. Julieta”. 

Cuando llegó a la plaza tenía las manos sudadas, la cara pálida y las piernas temblorosas, pensaba que nunca se había visto tan desprolija y deslucida. Además le preocupaba el hecho de que no sabía cómo haría él para distinguirla pues ella le había sugerido que llevaran algo para diferenciarse de los demás, pero él le contestó que no hacía falta, que él la reconocería de todos modos. De lo que estaba segura, era que, cuando aquel hombre la viera daría media vuelta y se iría. 

Para su sorpresa puntualmente a la hora señalada alguien le tocó el hombro y susurró su nombre dulcemente. Ella volteó para verlo y reparó en sus blancos ojos que miraban la nada. Inmediatamente una sonrisa se dibujó en el rostro de Julieta quien le tomó la mano que tenía libre, pues en la otra llevaba el bastón. El percibió la sonrisa y le dijo: 

- 'Perdona que en este tiempo no haya mencionado nunca mi ceguera.' a lo que ella contestó: 

- 'No hay nada que perdonar, y déjame agradecerte que me hayas curado de la mía', y tomados de la mano fuertemente recorrieron la plaza acompañados de la caída del sol.

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