El padre de Arturo, el señor López, era un hombre de mediana edad que había trabajado toda su vida como sombrerero para mantener a su familia. Estaba compuesta por su esposa que era modista, Arturo, su hijo mayor y sus tres pequeñas hijas. Arturo le reprochaba a su padre constantemente que no pasara más tiempo con él y además le recordaba a cada momento que odiaba los sombreros porque lo mantenían alejado de su familia.
Con el pasar de los años el muchacho había dejado la adolescencia y ya en los albores de su juventud había aceptado seguir los pasos de su padre en cuanto a la profesión, pues de sombreros era lo único que sabía. Pero Arturo los odiaba con todo su ser.
Arturo no lo decía pero él estaba seguro que su padre se había marchado por su culpa. Quebrantado por el abandono, trabajaba sin cesar cada día, tratando de encontrar una razón diferente por la cual su padre se hubiera marchado, pero siempre llegaba a la conclusión que sus constantes reproches habrían provocado la partida.
A pesar de todas las quejas durante su niñez, ahora siendo ya un adulto, reconocía que tenía hermosos recuerdos de su infancia. Evocaba los momentos en que su padre jugaba con él y con sus hermanas a las escondidas, al dominó armando rompecabezas y lo mejor, cuando iban a pescar porque era algo que hacían solos ellos dos. Aquel era el momento más esperado por Arturo. Ir de pesca con su padre era mucho mejor que cualquier otro entretenimiento.
¿Cómo podía haber sido tan cruel? Su padre tal vez pasara poco tiempo con él y sus hermanas, pero era porque trabajaba todo el día, y el escaso momento que compartía con ellos era maravilloso. Luego aquel día al regresar de la escuela encontró a su madre llorando sin consuelo. Ella le manifestó entre sollozos que su padre se había ido y que de ahora en adelante él sería el hombre de la casa.
Al principio Arturo extrañaba ir a la escuela y ver a sus amigos, pero luego se acostumbró a trabajar diariamente y mantenía la amistad con sus ex compañeros los fines de semana. Asumió completamente y con mucha responsabilidad la tarea de mantener a su familia unida y de proveer lo necesario para su sustento. Como pasado algún tiempo las cosas no marchaban tan bien como él hubiera esperado en el negocio, Arturo se vio obligado a prescindir de su ayudante para acotar los gastos. Así fue que pronto, se encontró trabajando largas horas y terminaba muy agotado por las noches. A su madre le preocupaba esto, pero sabía que por el momento no había otra solución y mantenía la fe en que las cosas pronto mejorarían.
Un día llegó al pueblo un hombre de cara alargada y finos cabellos de aspecto graso. Este hombre era un vendedor ambulante que ofrecía un librillo con secretos para mejorar la producción en varios tipos de negocios. Ésto llamo la atención de Arturo, quien vio en aquella inesperada visita la oportunidad para prosperar que tanto necesitaba. Decidido, compró el librillo que aquel hombre vendía y se quedó leyéndolo hasta tarde. Allí descubrió un capitulo en el que se describían algunos trucos para mejorar la manufactura de los sombreros. Así es que Arturo pronto puso estas ideas en práctica y comenzó a producir nuevos sombreros.
Para atraer más clientes el librillo mencionaba también una táctica que dio muy buen resultado. Arturo colocó un cartel en la vidriera de su tienda y al ver que éste atraía gente al negocio, más tarde también puso un aviso en la gacetilla semanal. En el cual se anunciaba quien trajera su antiguo sombrero recibiría un descuento en la compra de uno nuevo.
Pronto los clientes comenzaron a llegar. Primero sólo para probarse sombreros, por curiosidad y luego para ver si era cierto que entregando sus viejos sombreros recibirían un descuento. Al ver que esto era verdad y además los sombreros eran de buena calidad, el negocio del Arturo comenzó a progresar.
Un día por casualidad mientras trabajaba, Arturo encontró un cuaderno con notas de su padre y se puso a hojearlo. En él halló varias notas sobre diseños de sombreros y listas de materiales, pero también encontró una pequeña hoja que decía:
"... El último material que probé parece ser no muy bueno: en vez de mejorar la calidad del sombrero, parece desgastarlo. El material utilizado es el que recomienda el libro que compré al vendedor ambulante que estaba de visita en el pueblo vecino cuando estuve allí comprando el rompecabezas para los niños…”
Al leer esto, Arturo quedó intrigado. Se preguntó si aquel vendedor ambulante sería el mismo que había estado en el pueblo el otro día. Curioso, se levantó y fue a buscar el cuadernillo que le había comprado y lo hojeó hasta encontrar un capitulo en el que se mencionaba que cierto ungüento mejoraría el lustre de ciertos sombreros. Se fijó cuál era el nombre de tal producto y lo buscó en los estantes. Lo encontró en una botella polvorienta que hacía mucho tiempo que no se usaba. Arturo nunca había reparado en tal producto. Seguramente lo habría comprado su padre y lo había guardado allí. Nunca se había sido utilizado.
Cuando Arturo relató a su madre lo que había descubierto, ella rompió a llorar y le confesó algo que nadie más sabía. Su marido no se había marchado, había desaparecido. Ella había ido a visitarlo al negocio una tarde y cuando llegó allí lo vio frotando un sombrero bombín. Luego cuando se acercaba a la trastienda, sin que él la hubiera escuchado, lo vio probarse el sombrero y evaporarse por completo sin dejar rastro. Sin una posible explicación para lo que había sucedido, la señora López nunca les había contado a sus hijos lo que había visto aquella tarde e inventó lo único que se le ocurrió, que su marido se había marchado.
Confuso por lo que sentía, Arturo se quedó sin palabras por unos momentos. Estaba enojado porque su madre le había mentido, pero a su vez contento de saber que su padre no los había desamparado. Aterrado por la historia que acababa de escuchar y sin saber qué hacer se quedó toda la noche pensando.
Lo primero que se le ocurrió fue buscar el nombre del vendedor ambulante escrito en alguna parte del cuadernillo que le había comprado, y no lo encontró. Luego decidió que viajaría al norte, al siguiente pueblo vecino, y allí preguntaría si habían visto al vendedor.
Lleno de ansiedad e incertidumbre emprendió el viaje, partiendo a la madrugada. Cuando llegó al pueblo empezó a preguntar en todos los comercios y a todas las personas que estaban en la calle si habían visto a un vendedor ambulante dándoles su descripción, y cuando ya abandonaba casi toda esperanza, una mujer que vendía zapatos le dijo que lo había visto. El hombre había querido venderle un cuadernillo pero ella lo había rechazado pues tenía su propia forma de fabricar calzado. El vendedor le dijo que iría por un trago y volvería más tarde por si ella hubiera cambiado de opinión. Entonces Arturo fue hasta la cantina del pueblo y buscó al mercader. Lo encontró sentado a la barra bebiendo una cerveza fría.
- ‘¿Cómo ha estado usted mi viajero amigo?’, dijo Arturo
- ‘¿Quién es usted? ¿Lo conozco?’, contestó el vendedor
- ‘Seguramente se acordará de mi. Le compré un cuadernillo hace seis días, cuando estuvo visitando el pueblo del sur.’
- ‘Ah, es cierto. Ahora que lo menciona, recuerdo su rostro. ¿En que puedo servirle caballero?’, preguntó el comerciante.
- ‘Pues verá usted, quiero que sea honesto conmigo, y me diga cómo funciona el ungüento para lustrar sombreros.’
- ‘El ungüento… ah si, pues, sólo debe frotarlo y ya, no es un gran secreto.’, le dijo el vendedor en tono burlón.
- ‘Pues creo que es usted un embustero y un mentiroso. Mi padre se probó un sombrero bombín que había lustrado con ese ungüento, y qué cree usted, no he vuelto a verlo hace ya varios años’, Arturo mostraba en su rostro cierto aire amenazador.
- ‘No sé de qué me está hablando.’, mintió el comerciante.
- ‘Pues sí que lo sabe. Le diré que lo estoy apuntando con arma que llevo escondida debajo de mi chaqueta y si no hace usted lo que le dijo, presionaré el gatillo aquí delante de todos, no me importa’.
- ‘No lo hará’.
- ‘Póngame a prueba’, lo desafió Arturo.
Así es que, temeroso el vendedor accedió al pedido de Arturo y salieron juntos de la cantina.
- ‘Creí que le estaba haciendo un favor a su padre cuando le vendí también el ungüento. Pero la verdad es que nunca antes lo había probado. Juro que no sabia lo que hacía. No lo he vendido nunca más luego de que supe lo que sucedía cuando se lo friega contra una tela u otro material. Verá usted, lo probé en uno de mis sombreros. Nunca llegué a usarlo, pues mi vecino me lo arrebató una tarde para salir con su novia y lo vi desvanecerse con mis propios ojos.’, confesó el vendedor.
- ‘¿Pues cuál es la solución al embrollo que ha creado?’.
- ‘No lo sé. Puedo decirle donde compré el ungüento. Tal vez allí puedan ayudarlo’.
- ‘Muy bien, no sólo me dirá dónde lo ha conseguido, sino que usted vendrá conmigo’, le dijo Arturo sin darle otra opción.
Juntos Arturo y el vendedor viajaron más allá de las montañas, allí donde está nevado todo el año y los días son más cortos que en cualquier otra parte. Al llegar a la cima de la montaña más alta encontraron el lugar donde el vendedor había comprado el ungüento.
- ‘Anda ven conmigo’. Le dijo el vendedor. ‘Le preguntaremos al anciano que habita en esta cabaña como funciona el ungüento’.
- ‘No, no le preguntaremos. Tú le preguntaras. Yo solamente te acompañaré’.
Cuando entraron en la cabaña estaba inundada en humos de inciensos. El anciano estaba sentado en el suelo fumando una larga pipa entre un mar de almohadones. Con la mirada fija en el suelo y con los ojos tan entrecerrados que apenas podía distinguirse si estaba despierto, el anciano habló antes que ninguno de los otros dos pudiera articular palabra.
- ‘Arturo has pasado la prueba. Nunca odiaste a tu padre a pesar de que creías que los había abandonado a ti y a tu familia. Sufriste, pero no dejaste de amarlo. Pusiste siempre primero a los tuyos antes que a tus propios deseos. Eres puro de corazón’.
En ese momento el humo invadió toda la cabaña impidiéndole a Arturo ver lo que pasaba. Los ojos le ardían tanto que tuvo que cerrarlos. Cuando por fin los abrió y miró a su alrededor, vio la cara de su madre. Lucía joven y sonriente.
- ‘Buenos días Arturo, levántate y ve desayunar con tus hermanas’.
- ‘Adiós querida, nos vemos luego.’, se escuchó a lo lejos una voz masculina.
- ‘¿Es esa la voz de papá?’, preguntó Arturo a su madre.
- ‘Si, Arturo, se está yendo a trabajar’.
Y de un salto Arturo se levantó de la cama y gritó lo más fuerte que pudo:
- ‘Espérame papá, quiero ir contigo al trabajo hoy. ¡Vamos a hacer sombreros!’.

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