Sentado en la vereda fría tenía todo y nada por delante
Sus ojos como sueños sin brillo eran estanques vacíos
Sus manos, de pasado y trabajo hecho carne
caían devastadas a los lados de ese cuerpo
Carcomido con los años por la batalla sin tregua.
Solo deseaba dejar de ser invisible
El frío del viento era una herida implacable
Y la luz del sol era su única caricia
Su ajado rostro siempre anhelante
pedía a gritos mudos la salvación
Y sólo las eternas constelaciones
eran testigos de tal quebranto
Ya no vendían pasajes para la parada “esperanza”
Se había quedado solo en un destino sin pasos
Miradas de extraños lo recorrían
para volverse impertérritas más y más frías
Ninguna palabra alcanzó su morada
Pero una mano tendida lo hizo humano de nuevo
Un breve discurso empañado llegó como suplicando
¡Despierta viejo! Ya sé que estás muy cansado
Fueron palabras de aliento, su súplica había viajado
Y a través de los mares de vida, le llegó el calor de un abrazo

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