La Profecía de "El Maestro" - CUENTO


Era entrada la mañana cuando “El maestro” salió del sótano de su casa. Cargaba consigo tan sólo una pequeña mochila negra algo raída. En su semblante no se podía leer nada específico. Llevaba la expresión de quien va por la vida con la mente tranquila y libre de preocupaciones.

Cuando llegó por fin al edificio al que se dirigía, se paró en la entrada, se quitó la mochila, y mientras la sostenía a un costado del cuerpo, levantó la mirada al cielo. Con el rostro bañado por el sol se quedó allí unos minutos. Retomó la marcha y entró.

El edificio que había sido una escuela, ahora abandonado, esperaba ser demolido. Dentro, “El maestro” se hallaba en un aula grande donde había bancos y sillas colocados de manera arbitraria; aquí y allá había papeles en el suelo y los pizarrones mostraban textos y cifras que no mucho tiempo atrás habían constituido lecciones para estudiantes del secundario.

“El maestro” se acercó a las ventanas y corrió los pesados y polvorientos paños color borgoña que las vestían, encendió las luces artificiales provistas por tubos fluorescentes y se sentó en una silla detrás de un pupitre alargado. Colocando el índice y el pulgar sobre el puente de su nariz, cerró los ojos e inspiró y con una fuerte exhalación tomó la mochila con la otra mano.

A pocas calles de allí y desde puntos equidistantes, tres hombres de diversas edades caminaban con paso decidido. Los tres tenían el mismo destino.

La gente en el resto del planeta vivía su día con total normalidad. Era el 21 de diciembre de 2012, día en que se decía, vendría el final de los tiempos, el Apocalipsis. Eso se rumoreaba y salvo los integrantes de algunos cultos, todos los demás hacían bromas al respecto. Las personas sabían que habían anunciado el fin del mundo muchas otras veces y nada había pasado. Siempre resultaban puros cuentos.

En el aula “El maestro” abrió la puerta y recibió a los tres invitados. Los recién llegados traían cables, filmadoras y equipos de transmisión de alta tecnología. A las doce del mediodía, hora del Pacífico, en todo el mundo las emisoras fueron abruptamente invadidas por una transmisión que sin permiso alguno interrumpió la programación habitual para dar lugar a un mensaje alarmante.

“El maestro” tenía el rostro cubierto por un pasamontañas negro y un aparato instalado sobre su garganta distorsionaba su voz. Así hizo su aparición en la pantalla y comenzó a hablar diciendo:

- Ustedes ya habrán oído hablar del día del Apocalipsis. Sé que la mayoría no cree lo que se dice sobre este día, pero ha sido anunciado en una profecía ampliamente conocida. Hoy es el día, el fin de los tiempos ha llegado. Mi misión es compleja, pero parte de ella consiste en decirles que aquello que ha sido predicho es verdad. Quiero decirles que lo que sucederá hoy no es por obra divina. He vivido en este mundo ya mucho tiempo y he visto cómo vivimos los humanos. Esta raza no tiene futuro. Nada puede hacerse porque el fin es inevitable. Por ello, y para evitar más sufrimiento, he decidido que hoy será nuestro último día y les daré la oportunidad para que elijan como vivirlo. En breve activaré un arma bacteriológica que diseñé para fines preventivos en caso de guerra. Esta bacteria, para la cual no se ha encontrado una cura todavía, mata en menos de veinticuatro horas. Sólo tengo para decirles que mi decisión es irrevocable. Reúnanse en sus hogares o allí donde estén sus seres queridos, pasen las últimas horas con ellos, mírense, hablen y escuchen abrácense y atesoren cada minuto para poder dejar este mundo en paz.

Cada persona que vio y oyó la transmisión y aquellos a los que les fue contada, paralizaron de estupor sus tareas ante semejante noticia. Claro está que algunos escépticos no creían que fuese verdad, y también los hubo, quienes quisieron dar caza a este lunático que amenazaba a la humanidad con tanta soltura. Sin embargo, con el correr de las horas, todos aquellos asaltados por la duda y el temor se preguntaron si la muerte se cerniría sobre ellos esa misma noche, por lo que decidieron dejar todo para reunirse con sus afectos. Nadie quería pasar sus últimas horas lejos de aquellos que amaban, tampoco querían morir con sentimientos agrios que minaban sus corazones. Querían deshacerse de la ira, el rencor y el odio, los celos, las dudas y el resentimiento, querían sentir sus almas libres y llenas de paz.

“El maestro” había dicho que doce horas más tarde una nueva transmisión suya sería emitida para darles un último mensaje. Así es que, alrededor de todo el mundo, la gente se reunió con sus familiares y amigos y luego de una jornada extrañamente liberadora para el espíritu y sin más que perder o hacer, se reunieron frente a los televisores, radios y computadoras.

A la hora indicada “El maestro” hizo su aparición ante el público y dijo:

- Sólo para ustedes mismos contesten si han podido hallar la paz. 
Si la respuesta es “SI”, cierren los ojos y piensen en aquello que la paz refleja en su interior.
Si la respuesta es “NO”, escriban en un trozo de papel que haría falta para alcanzarla por qué todavía no lo han hecho.

Luego hagan dos listas.
Enumeren en la “LISTA 1” todo aquello que aborrecen de los demás.
En la “LISTA 2” anoten lo que aman de ustedes mismos.
Coloquen ambas listas debajo de sus almohadas y váyanse a dormir.
Este será su último sueño, no habrá un mañana.
Se escucharon algunos sollozos, suspiros y palabras de consuelo, luego, reinó el silencio.

Al día siguiente, mientras el sol despuntaba tras el horizonte, el sonido de los pájaros viajaba sin obstáculos. No se oían bocinazos ni el andar de automóviles, todo estaba quedo y tranquilo; luego de algunos momentos, empezaron a surgir voces y también expresiones de asombro. Exclamaciones de sorpresa llenaban los hogares en distintas partes del globo. La gente estaba confundida pero feliz y aliviada.

De a poco todos comenzaron a preguntarse qué había sucedido y encendieron en cada hogar los televisores y radios. En la radio se anunciaba mediante una grabación repetitiva que encendieran la TV. En la televisión todos los canales emitían una imagen con un texto azul sobre un fondo claro que decía:

- "Han despertado a una nueva VIDA. El Apocalipsis no es más que el final de los días tal y como los conocíamos hasta ahora. Representa el nacimiento a un nuevo presente.
Siempre creí que teníamos la oportunidad de cambiar, pero necesitábamos una sacudida que nos despertara del sopor en que vivíamos.
Tomen los papeles que han colocado debajo de sus almohadas y hagan o que por sí mismos descubrieron que tienen que hacer para ser felices.
Luego tomen las listas y cambien los títulos: 
La “LISTA 1” dirá “Cómo me ven los demás” y escriban al pie, “Me deshago hoy y para siempre de estos obstáculos porque en mi también habitaban”.
En “LISTA 2” escriban como título “Lo que no veo en los demás” y debajo anoten, “Descubro en el otro estas virtudes porque él es también el reflejo de lo que yo soy”.
Vayan ahora y vivan".

Nunca se supo quién fue “El maestro”, si era hombre o mujer, si era joven o viejo, ni a qué etnia pertenecía. Tampoco se sabe qué fue de este ser. Me pregunto si alguna vez lo habremos cruzado de camino a casa. 

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