La Última Aventura del Señor Costino - CUENTO


Hacían ya más de doce años que el tío de Ana había salido de su vida. Los últimos recuerdos que ella tenía de su tío Mario, hermano de su madre, eran más bien lejanos y borrosos. Años atrás lo habían llevado a la Institución, como la llamaba su madre, y ella no había vuelto a verlo. Ahora, Ana con dieciocho años tenía como última memoria asociada a su tío, a un señor alegre que jugaba con ella, colocándola en sus rodillas y haciéndole “hico caballito”. No sabía muy bien por qué se lo habían llevado de la casa en la que vivía, con su madre pues era soltero, porque su Carmen, la mamá de Ana nunca hablaba de ello y cada vez que Ana empezaba a hacer preguntas, Carmen se ponía nerviosa y cambiaba el tema. Ana presentía que en el fondo Carmen se avergonzaba del hecho de tener a alguien “que no estaba bien de la cabeza” en la familia.

Cuando llegó el cumpleaños de su tío Mario ese año en que Ana cumplió sus dieciocho, ella quiso ir a verlo y se lo propuso a su madre, quien al principio se resistió a la idea. Luego de la insistencia de Ana, y de pensar que después de tanto tiempo no podría haber nada malo en que lo visitara, Carmen accedió al pedido de su hija. 

- Seguramente no te acordás mucho de cómo es tu tío Ana, te va a parecer un completo extraño, pero a lo mejor todavía tengas algún recuerdo guardado que salga a flote cuando hables con él. Espero que esta haya sido una buena idea. 
- Supongo que puede afectarme un poco no reconocerlo, pero me acostumbraré a ello. Me gustaría visitarlo más seguido, me apena un poco que está tan solo. 
- Ana, no creo que el se de cuanta de eso, está de verdad, muy alejado de la realidad, ya verás. Por favor, no te preocupes y no te angusties por ello. Sólo vengo a verlo porque es mi hermano, pero hace tiempo que me resigné a que nunca volverá a ser el mismo. 
- ¿Y por qué fue que lo trajeron acá mamá? 
- Ah! Ya llegamos. Vamos, andá bajando que voy a estacionar el auto. Ahora te alcanzo. 

Y una vez más, surgía la evasiva tan recurrente en boca de Carmen. 

Ana se dirigió hacia el gran edificio, que desde afuera no lucía tan mal, para nada mal de hecho. Parecía como una Universidad o un gran Instituto de algún tipo. 
- ¡Ana! ¡Vamos! 
- Si mamá. 

Mientras Carmen se acercaba con Ana al edificio del asilo, rememoraba cómo su hermano salía de casa de su madre, con la mirada perdida, murmurando palabras incoherentes, y le pasaba por al lado sin prestarle atención. Parecía no notar que ella estaba allí, con la cara pasmada por la noticia. Ella lo miraba todo como desde una butaca de cine, como si una pantalla gigante frente ella desplegara una película de horror. Nada parecía real. Era una tarde soleada, prácticamente sin nubes, el cielo de un azul pálido contrastaba chocante con la negra tarde que vivía la familia de Mario. Carmen salió de su ensimismamiento y alcanzó a Ana, que ya subía los peldaños de la escalera de la entrada principal. 

Como la familia de Carmen gozaba de una buena posición económica, Mario ocupaba una de las mejores habitaciones del complejo. Tenía baño privado, y una biblioteca grande que cubría por completo una de las paredes de la habitación. También tenía permitido salir al jardín todas las tardes, aunque siempre con supervisión. Carmen nunca había pensado que su hermano pudiera salir de allí dado la magnitud de lo que lo había llevado a la presente situación. 

Una vez dentro del asilo fueron acompañadas por una secretaria a la sala de estar donde los internos recibían a las visitas. Allí había algunas personas que solitarias y con los ojos en blanco estaban apoltronadas en grandes sofás, algunas se mecían, otras hablaban consigo mismas en voz baja, otras leían y éstas eran las que a Ana percibía como las más normales. Otros pacientes caminaban con paso cansino hacia las ventanas y se quedaban allí contemplando el afuera. Otros, sentados a unas pequeñas mesas compartían una charla con las visitas, seguramente familiares o amigos. Otros jugaban a las cartas, a las damas o al ajedrez y Ana no podía distinguir si eran todos pacientes o alguno de los que jugaban eran visitas. ¿Les pasaría lo mismo a los demás? ¿Sabrían distinguir a los que estaban enfermos de los que estaban sanos? ¿Cómo la verían a ella? ¿Y a su madre? Después de todo, se preguntó, ¿Qué es lo que separa a los cuerdos de los locos? 

Se sobresaltó cuando una persona con traje y lentes se paró frente a ellas y les tendió la mano a modo de bienvenida. Era el director de la Institución, el doctor Juan Ruiz. 

- Buenas tardes señora López. Su hermano vendrá en un momento. Ha estado muy ocupado últimamente. Está terminando los detalles de “la tesis” en la que ha estado ocupando su tiempo la mayor parte de este último semestre.
- ¿La tesis?, preguntó Carmen. 
- Si, usted sabe como es esto. A veces es una tesis, otras un discurso para una conferencia académica, a veces alegatos que presentará en la corte y cosas por el estilo. Pero todas ellas lo mantienen ocupado y no molesta a nadie con ello. A excepción del señor Costino, quien lo asiste, pero a él no le importa realmente. El es muy dedicado a Mario y a otros pacientes aquí. Los asiste, les lee, comparte con ellos juegos de mesa diversos, interviene en las charlas, y todos parecen estar muy a gusto con él. Es una gran ayuda para nosotros, por así decirlo, contar con el señor Costino. Él ha estado aquí desde hace décadas. No sabríamos que hacer sin él, hay pacientes tan acostumbrados a su presencia que su falta sería muy notoria y su ayuda constante haría que lo extrañaran tanto pacientes como nosotros en el staff médico. 

Allí, en esa pausa, Ana comenzó a reparar en lo que el director de la Institución decía, y se animó por primera vez a hablar. 

- ¿El señor Costino no es médico? 

Y Carmen que hasta el momento no se había dado cuenta de que no la había presentado con el Dr. Ruiz le dijo al director que Ana era su hija. 

- Encantado de conocerte. Y respondiendo a tu pregunta, te digo que no, el señor Costino es un paciente acá como todos los demás, solo que es el más antiguo de todos. Hace casi ya treinta y cinco años que vive acá. 
- Oh, eso es toda una vida. ¿Y que fue lo que hizo para que lo internaran? 
- Sufrió “Un día de furia” como se dice vulgarmente. Mató a su jefe y a un compañero de trabajo. Pero no te preocupes, acá está constantemente bajo supervisión, y desde que ha ingresado aquí no ha presentado nunca accesos de violencia. Se le han realizado varios tests, pero no podemos confiar en que una vez fuera del asilo, inmerso en la vida real, y más como ésta es hoy, pudiera verse afectado por el estrés cotidiano, y eso lo llevara a volver a sentir lo que fuera que lo haya llevado a hacer lo que hizo. Eso está siempre latente en una personalidad como la del señor Costino. Acá, las circunstancias son diferentes. Además le costaría mucho adaptarse. En la Institución él se siente parte de una familia. Afuera no tiene a nadie y el mundo ha cambiado mucho en estas últimas tres décadas y media. Es mejor para él que permanezca acá, creéme, es mejor así. 

De pronto se escuchó en el hall que antecedía a la sala de visitas una voz disgustada, que Ana pareció reconocer, como traída de un sueño que ya casi olvidaba y que sin embargo, volvía ahora a su memoria más vívidamente. Era su tío. Lo oía hablando fuertemente: 

- Estoy muy ocupado ahora. ¿No podría conceder esta entrevista más tarde? Los periodistas siempre vuelven, no se quieren perder una noticia importante Vuelven a insistir una y otra vez. Entonces les concederé mi tiempo cuando haya terminado mi tesis. 

Luego otra voz que Ana no conocía, más dulce y amable, dijo en un tono ameno y monocorde: 

- Señor Costino, usted siempre tan indulgente. Está bien, les concederé unos minutos. Los de la prensa ya dejan de molestarle a uno cuando obtienen lo que quieren. Daré la entrevista, pero corta, lo más corta posible. 

Cuando Mario entró en la sala, Ana lo miró y le sonrió tímidamente. El le devolvió la mirada. Luego giró para ver a Carmen y tomó asiento. 

- Hola Mario. - dijo Carmen -. 
- Hola. ¿de qué medio vienen? ¿De la televisión, de la radio quizás? Puedo hablarles de mi tesis, pero debo advertirles que estoy con muy poco tiempo, tengo mucho trabajo por hacer. 
- Mario, soy Carmen, tu hermana. Y esta es Ana, tu sobrina. ¿Te acordás? 

En ese momento, Mario pareció reconocer el rostro de Carmen y daba la sensación de asirse a la realidad muy lentamente. 

- Hola. Mmmm…. Carmen, sí, sí. ¿Cómo has estado? Yo estoy muy bien, pero muy atareado. 
- Estoy muy bien Mario, gracias. Pasábamos a verte y a traerte un regalo, por tu cumpleaños. 
- Y ella quien es ¿es de la prensa? 
- No, ella es tu sobrina Ana, Mario. Anita, ¿te acordás? Venias de visita a casa los domingos y jugabas con ella. 
- Ana, Anita,…mmmm. No, no. Lo siento. Ana ¿Qué tal? Un gusto conocerte. Disculpa que sea tan breve pero tengo que continuar con mi trabajo. Gracias por venir. Más tarde, quizás nos veamos, o mejor otro día, tengo revisiones que hacer de mis escritos, no puedo demorarme. Lo siento. Adiós. –volteó para enfrentar a su asistente. - señor Costino, debemos volver a repasar el texto, vamos por favor. 

El señor Costino aparentaba unos setenta años, quizás algo menos, y era dueño de una cara con expresión bondadosa. Alto, delgado y con cabello cano parecía absolutamente normal. Entró en la sala de visitas y tranquilizó a Mario López para luego alejarse con él, y regresar poco después para despedirse de Ana y Carmen. Quería dejarles algunas palabras de consuelo: 

- Perdonen al señor López. No es que no le haya alegrado su visita. Lo que sucede es que a veces se abstrae tanto con su trabajo que le cuesta concentrase en otra cosa, pero es muy bueno. No faltará oportunidad para que se quede a charlar con ustedes más tiempo, en particular con usted jovencita, que es la primera vez que viene. No se preocupe ni se angustie, la próxima vez que va a estar muy contento de verle. Su trabajo es todo para él. Es lo que lo mantiene ‘andando’, alerta, entusiasmado. No quiso provocar dolor alguno a ninguna de ustedes. Ya verán, ya verán que es como digo. 

A Ana le pareció que el señor Costino se mostraba completamente normal. Mucho más, no hace falta decir, que su tío Mario. La apenaba que no la hubiera reconocido, pero pudo notar que eso no iba a mejorar. Más que eso, parecía incluso improbable que su tío volviera a recordarla nunca y menos aún probable, que alguna vez pudiera salir de allí. 

El director luego dijo a ambas mujeres, que habían quedado de un ánimo bastante alicaído, que el señor López se encontraba en muy buena salud, aunque mentalmente la conexión con la realidad cada vez se debilitaba más, pero por todo lo demás parecía estar muy cómodo allí, muy a gusto con el señor Costino, ocupado con “su trabajo” y sin ningún tipo de reacciones impulsivas. 

Como la visitas había llegado a su fin, Carmen le dijo a Ana que iba a buscar el auto y entonces Ana se quedó a solas con el doctor Ruiz. Aprovechando esa oportunidad le comentó al profesional algo que tenía en mente. 

- ¿El señor Costino no es médico? 
- Doctor Ruiz, ¿puedo hacerle una pregunta? 
- Si por supuesto Ana, a ver si puedo ayudarte. 
- No pude evitar notar mientras esperaba a mi tío que acá en el salón había tipos varias personas que supuse pacientes, pero sin embargo todas mostraban comportarse de forma diferente. Algunas de ellas estaban notoriamente afectadas de alguna manera porque su conducta era extraña, usted me entiende seguramente, quiero decir que se les notaba que no estaban bien. 
- Si, te comprendo. 
- Bueno. Y a pesar de eso otras personas parecían completamente lúcidos, como el señor Costino por ejemplo. Si usted no nos hubiera dicho que él era un paciente yo no me hubiera dado cuenta. ¿Por qué será que el proceder de algunas personas no se ve tan alterado, es decir, casi se ven normales? Eso es algo que a mí me causó curiosidad y no obstante también me provocó temor. Mira Ana, todo este tema que me planteas y el tema de la salud mental en general es muy complejo. No se puede explicar así nomás. Hay que estudiar mucho, ver varios casos, hacer pruebas, comparaciones, a veces solo el tiempo nos va develando cosas que de otro modo no podríamos saber. También es cierto que todos los individuos tenemos ciertas características que nos diferencian de los demás y nos hacen ser quienes somos. Algunas personas actúan de forma peculiar y eso no quiere decir que estén locas o que tengan problemas de salud mental, pero si hay un límite y hay que realizar ciertos estudios para poder diagnosticar a una persona insana. A veces algunos trastornos menores se tratan y van mejorando con el tiempo. Hay pacientes que no responden favorablemente a los tratamientos y otras veces hay casos que no tienen ni tendrán cura. 
- Como mi tío, supongo. Pero doctor ¿Hay muchos tipos de locura? 
- Y, para resumir, porque sino tendría que explicarte muchas cosas que son muy complicadas Ana, hay personas que pueden sufrir un hecho traumático que despierta en ellos algún rasgo de demencia o de enfermedad o trastorno que estaba latente. Puede ser también que la afección se adquiera y desarrolle por el entorno en el que la persona crece y se forma (como la escuela, la casa, los amigos, etc.) y otras veces, puede venir en los genes, es decir, como una enfermedad que se hereda ¿me entendés? 
- Sí, creo que sí. Pero, lo más difícil debe ser darse cuenta de a momentos que uno no está bien, digo, si no te das cuenta no sufrís, aunque sufre tus seres queridos. Quiero decir ¿los locos no saben que están locos, no? 
- A mí no me gusta llamarlos locos, pero supongo que la en la mayoría de los casos eso es verdad. Yo creo que me preguntás todo esto porque no podés creer que el señor Costino esté todavía acá después de tanto tiempo, ¿no? 

Y aunque Ana no dijo anda algo de eso había. Para Ana el caso del señor Costino era completamente diferente al de su tío. Ella deseaba darle una ocasión de empezar de nuevo y rehacer su visa fuera de ese establecimiento. En su opinión y por lo que les había contado el director, él ya estaba curado y tenía derecho a salir de allí. Merecía una segundad oportunidad. 

A partir de ese día, Ana con una nueva sensación de urgencia que le infundía el deseo de ver libre al señor Costino, comenzó a recabar información sobre los distintos casos de las personas que se hallan en un manicomio o asilo para enfermos. Comentó esta idea con su madre, quien inmediatamente la instó a abandonar la empresa que se había propuesto. Pero de todos modos Ana siguió adelante con su plan. Ese hombre era una buena persona que no podía pasarse toda la vida en un “loquero”, más aún, cuando estaba completamente recuperado. Ana se había hecho a la idea de que, tanto a los médicos como al personal en general del asilo, les convenía tenerlo allí, de otro modo tendrían mucho más trabajo atendiendo a las necesidades “sociales” de los pacientes y tendrían que trabajar duro para llenar el vacío que se produciría si el señor Costino dejaba la Institución. 

Es así que Ana iba a la biblioteca luego del colegio, y consultó a profesores que conocían de derecho y también de medicina legal, consultó a psicólogos y psiquiatras y pidió opinión y consejo hasta agotar todas las opciones disponibles a favor del alta del señor Costino. 

El director del establecimiento mostró ciertas reservas ante la proposición de Ana, cuando ésta le comentó su idea, pero no se opuso a presentarlo ante la junta médica. Al final y luego de un largo debate se acordó que el señor Costino había cumplido ya con su rehabilitación y que se encontraba en condiciones de reinsertarse en la sociedad, pero el doctor Ruiz le aconsejó a Ana que hablara de su idea con el señor Costino porque tal vez él no quisiera la libertad que ella tanto ansiaba para él, quizá quisiera quedarse en el asilo al que ya tan acostumbrado estaba y en el que había vivido las últimas décadas. 

Una tarde cuando ya tenía bastante información sobre el “Caso Costino”, Ana decidió presentarse en el asilo para visitarlo y poder charlar con él. 

El señor Costino muy gustoso aunque asombrado, recibió a la joven una tarde. 

Ana le preguntó si le gustaría salir y empezar una nueva vida ante lo que el anciano mostró sorpresa. Pero le dijo con su vos dulce. 

- Por supuesto que sí. Si me gustaría salir y retomar lo que hace tanto tiempo he dejado inconcluso. La vida que tenía afuera ha quedado detenida en el tiempo y una oportunidad de retomarla sería grandiosa. Por otra parte le tengo tanto aprecio a todos aquí que me costaría mucho dejarlos, pero uno debe elegir. Sé que estoy viejo, pero nunca es tarde para hacer aquello que nos hace felices. Debemos cumplir nuestros sueños si nos es posible y llevar a cabo aquello que tenemos en mente, hacerlo realidad. 

Al terminar el verano el alta del señor Costino ya era un hecho concreto. Ana supo que había alcanzado su objetivo gracias a su lucha e insistencia. Se había hecho justicia y ella se sentía orgullosa. Pero algo en su interior le molestaba. No podía identificar de qué se trataba. Sabía simplemente que había un cabo suelto desde que se había metido con todo este asunto. Esta sensación había comenzado el día que conoció a su tío y al señor Costino y no se había podido deshacer de ella. 

Cuando llegó el momento de que el señor Costino dejara el asilo hubo una pequeña celebración en la que, tanto con los médicos como los pacientes más tranquilos y rehabilitados, se reunieron en la sala principal y con mucha emotividad lo saludaron y expresaron su agradecimiento por tanto años compartidos. El señor López era uno de los más tristes y afectados por la situación, pero parecía haber aceptado que el señor Costino había sido promovido por su excelente labor como asistente y por ello abandonaba su puesto en el recinto. El director también emocionado, le dio unas palmadas en la espalda al anciano y le dijo que siempre sería bienvenido si alguna vez deseaba volver, temiendo en el fondo que quizás la adaptación de su ex paciente más antiguo a la nueva realidad no acabara siendo exitosa. 

Así, esa tarde de otoño el señor Costino se marchó con un destino desconocido hacia su nueva vida. La puerta principal se abrió y esa fue la última vez que vieron al amable anciano. 

Fue para la sorpresa de todos en la Institución cuando en el ocaso de ese mismo día oyeron sirenas de ambulancias y patrullas acercarse hasta allí. Las luces y los ruidos atrajeron su atención. Todos se asomaron a las ventanas, que con mosquiteros y rejas no dejaban ver mucho. Se oyeron conversaciones y otras voces más alborotadas. 

A varios kilómetros de la ruta que llevaba a la Institución un hombre que venía conduciendo vio un bulto en la banquina. Frenó para ver de qué se trataba, y descubrió horrorizado el cadáver de un hombre mayor, tal vez de unos setenta y tantos años con la cabeza manchada de sangre y colocado en la zanja en una extraña posición. En seguida llamó a la policía, quien ya se encontraba allí. 

Para consternación del director del asilo, cuando fueron a verlo para mostrarle la identificación que habían encontrado en el cuerpo, éste palideció y afirmo conocer a la víctima. Era el señor Costino. También le preguntaron si podía acercarse hasta el jardín delantero del establecimiento, porque parecían haber apresado al asesino, quien no había puesto resistencia. 

Cuando vio la escena el Dr. Ruiz quedó atónito. Cerca de la banquina de rodillas y dándole la espalda, se encontraba una muchacha joven y a su lado una mujer. El Dr. Ruiz conocía a ambas. En el césped y con la mirada perdida Ana se miraba las manos bañadas en sangre mientras se mecía sobre las rodillas y su madre a su lado, lloraba desconsoladamente diciendo: 
- ¡Ana! ¡Ana! ¡Por Dios ¿Qué has hecho?! 

Y levantando la mirada, encontró los ojos de Dr. Ruiz para decirle entre un mar de lágrimas que velaban sus ojos y parecían llevarse todo lo que le quedaba de vida: 

- ¡Igual que su tío, igual que Mario! ¡Dios mío, ¿Qué has hecho Ana?! 

Comentarios