La Verdad Oculta - CUENTO



Ana siempre se había divertido mucho de niña con sus amigas preparando sorpresas para los cumpleaños, jugando a la búsqueda del tesoro, a las escondidas, y a las adivinanzas. Solía pasar tiempo con su abuelo, que venía de visita todos los veranos y le tenía preparada la más diversa variedad de actividades. 

Su abuelo vivía en la ciudad más importante del sur del país al igual que sus padres con ella recién nacida, pero cuando al padre de Ana le ofrecieron un puesto en una compañía que tenía sucursal en las afueras de la ciudad, no lo pensaron dos veces. La madre de Ana siempre había querido vivir en una casa con jardín y no en un ruidoso apartamento en el centro y, por otro lado, el sueldo que le ofrecieron era considerablemente más de lo que había esperado. Como además la compañía les brindaba la casa donde vivirían libre de gastos, aceptaron la oferta inmediatamente. 

Cuando su abuelo murió Ana se sintió realmente triste y creyó que nunca más habría de encontrar a alguien que la entendiera y supiera compartir las mismas cosas que a ella tanto le gustaban. Sin embargo, el tiempo pasó, ella fue creciendo y olvidó esto. Terminó la escuela primaria y empezó a hacer nuevos amigos, no sólo en la nueva escuela sino también en el barrio. Incluso otros vecinos se habían mudado justo en la casa de al lado recientemente. 

Con el paso del tiempo Ana fue perdiendo interés en los juegos y empezó a convertirse en toda una señorita. Estando en la escuela secundaria tenía más tarea para hacer y ya no tenía tanto tiempo para jugar, además, le empezaron a interesar los muchachos, a los que antes no les había dado importancia. También comenzó a preocuparse por la moda, las bandas de música y olvidó por completo las adivinanzas que de niña habían cautivado su mundo. 

Mónica, la nueva vecina, no se parecía en absoluto a las otras amigas, pero a Ana parecía no importarle. Ella siempre creyó que a la gente no había que prejuzgarla, así es que, en un principio, se acercó a la casa de su vecina para presentarse y darle la bienvenida. 

Mónica era una chica alta, de figura más bien delgada, piel increíblemente blanca y ojos y cabellos negros como el carbón. Vestía con jeans rotos que se le caían por debajo de la cintura, cintos negros con tachas y remeras holgadas bastante masculinas que siempre tenían motivos de calaveras, esqueletos en llamas y otros motivos al estilo dark, y calzaba borceguíes negros para completar el look. Ana en cambio, solía vestirse con jeans de colores vivos de corte chupín, remeras ajustadas y zapatillas de lona tipo botines; usaba su cabello castaño rojizo recogido en una cola la mayoría del tiempo. 

Contrario a lo que todos podían pensar, o incluso desear como los padres de Ana, las dos chicas se hicieron amigas al poco tiempo. Mónica le contó que se habían mudado porque sus padres querían alejarse de la ciudad y vivir en lugar más tranquilo donde ella tuviera la oportunidad de adaptarse a un nuevo ambiente y hacer nuevos amigos, ya que había tenido problemas de mala conducta y había sido expulsada de dos escuelas de la ciudad. 

A Ana pareció divertirle que su amiga fuera tan rebelde porque el resto de sus amigas no lo eran y eso parecía llamarle la atención. Por las tardes Mónica la invitaba a su casa para enseñarle los discos de música heavy metal que ella escuchaba y mostrarle literatura de temas sobre cultos antiguos que, aunque a Ana no le gustaban, siempre reía y le decía a Mónica que era diferente y eso le agradaba. Pero Ana también se hacía tiempo para salir con sus otras amigas, iban al shopping, a la peluquería, al cine o comprarse ropa. Cuando por las tardes regresaba a su casa, Mónica solía espiarla por la ventana de su cuarto y cuando la veía llegar, la llamaba para preguntarle dónde había estado. Al principio a Ana esto no le molestaba porque pensaba que Mónica estaba un poco celosa de su amistad con las otras chicas, pero cuando empezó a llamarla y hacerle reproches más seguido, se molestó con ella y le dijo que varias veces la había invitado a salir con su grupo de amigas, pero que a ella parecía no interesarle; Mónica respondía simplemente diciendo que ella no necesitaba nuevas amistades y que podía pasarla bien sola. 

Ana no le dio importancia a estas discusiones y pensó que a Mónica se le pasaría de un momento a otro. Creía que a lo mejor debajo de la aparente rebeldía de su amiga se escondía una timidez que a Mónica le costaba admitir y prefería mostrarse dura e indiferente, que aceptar que le costaba hacer nuevos amigos. 

Cuando las vacaciones de verano llegaron Ana también empezó a frecuentar a un chico de su escuela que la había invitado a salir, invitación a la que ella accedió gustosamente ya que hacía varios meses que esperaba que Daniel, el muchacho más lindo de la escuela, se decidiera a hacerlo. Cuando Mónica se enteró de que Ana estaba saliendo con alguien pareció molestarse aún más. La llamaba varias veces al día a su casa y al no encontrarla, llamaba a su teléfono celular y le dejaba groseros mensajes de reclamo. Al escuchar los mensajes Ana se enfureció. Al principio quiso terminar la amistad, pues no estaba dispuesta a tolerar tal comportamiento. Luego más tranquila, intentó explicarle que ese muchacho realmente le gustaba y que no por salir con él, dejarían de ser su amiga; era una relación diferente, no por eso iba a quererla menos, pero Mónica pareció no ceder y le dijo que, si no dejaba de ver al muchacho, se arrepentiría. 

Con el pasar del tiempo Ana dejó de llamarla y les contó a sus amigas lo que sucedía. Ellas le dijeron que Mónica nunca les había parecido una chica que pudiera ser su amiga porque eran muy diferentes, pero que jamás se habían imaginado que manifestaría tal violencia por algo tan absurdo como aquello. Tener otras amigas y salir con muchachos era algo perfectamente normal para chicas de su edad. Creían que debía ignorarla y quizás con el tiempo Mónica entraría en razón y reanudarían su amistad. 

Un día sucedió que Ana realmente se molestó. Mónica se había presentado en su casa cuando ella no estaba para hablar con su madre. Había ido para decirle que el muchacho con el que Ana estaba saliendo no era un buen chico, que lo había visto con otras muchachas y que le rompería el corazón. Cuando su madre le contó esto, ella lo negó rotundamente y por lo que sólo le aconsejó que tuviera cuidado, le importaba su bienestar y que no quería que sufriera. 

Ana entonces se dirigió a casa de Mónica y golpeó la puerta fuertemente con el puño apretado. Parecía no haber nadie. Estuvo largo rato llamando y no había respuesta. Entonces subió por la enredadera que trepaba por el lado de la casa donde estaba la habitación de Mónica y trastabillando, casi se cae al ver lo que ocurría en el cuarto de su vecina. Mónica parecía estar como en trance con los ojos en blanco, diciendo palabras en una lengua que Ana no conocía. Arrodillada, tenía delante en el suelo un libro de cubiertas negras raídas, en el que se veían dibujos, pentagramas y símbolos que Ana no pudo reconocer. Todo a su alrededor estaba dibujado con tiza roja, y en el centro del dibujo una especie de caldero del tamaño de un tazón se apoyaba en una llama que provenía de un mechero. Mónica echó en el caldero una mezcla de hierbas que enseguida echaron un humo negro. Cuando se incorporó para tomar algo del libro, Ana alcanzó a ver lo que era; una foto suya que Mónica seguramente había robado cuando había estado en su casa. Tomó la foto, pronunció unas palabras ininteligibles y la cortó a la mitad con unas tijeras echándolas al fuego del caldero. Entonces, sin poder evitarlo Ana emitió un grito ahogado de miedo y un pie se le resbaló en la enredadera. Mónica pareció escucharlo porque giró la cabeza hacia la ventana como diabólicamente y miró a Ana mientras sus ojos pasaban de un blanco lechoso a su negro habitual, al mismo tiempo, sonreía. 

Lo más rápido que pudo Ana descendió de la enredadera para llegar a su casa. Cuando llegó, no había nadie. Sacó la llave de debajo del tapete de la entrada y se encerró. Subió a su cuarto y trató de llamar por teléfono a su novio pero la línea estaba muerta. Intentó llamar con su celular pero debió de haberlo perdido mientras bajaba por la enredadera porque no lo traía consigo. Entonces decidió esperar a que sus padres llegaran del trabajo, pues no faltaba mucho, y les contaría lo que había visto. Exhausta por el miedo que sentía y sin poder hacer otra cosa por el momento, se cubrió con una manta y se quedó dormida. 

Cuando despertó estaba atardeciendo y todavía no había señales de que sus padres hubieran vuelto. Salió de su cuarto para hacerse un té, pero cuando salió le pareció que algo estaba mal. Al girar a la derecha para bajar las escaleras en su lugar estaba el baño, y a la izquierda donde éste debería de haber estado, estaban las escaleras. Ana creyó estar un poco aturdida y continuó camino a la cocina. 

Cuando llegó al comedor vio que los cuadros de las paredes estaban colocados en forma opuesta a lo usual, así que empezó a desesperarse y creyó que estaba volviéndose loca. Fue al living y vio que la televisión y los sillones estaban colocados también al revés y no sólo eso, la puerta de entrada estaba del otro lado de la sala. El corazón de Ana empezó a latir rápidamente hasta que escuchó el motor de un auto que se acercaba y luego estacionaba frente a la entrada, o al menos eso creía. Al acercarse a la puerta notó que había ningún auto a la vista, pero ella continuaba escuchando el motor, que ahora se apagaba. Podía escuchar la voz de sus padres que dialogaban mientras bajan del vehículo y cerraban las puertas. Ana con desesperación abrió la puerta de entrada y no vio a nadie, es más, no escuchó a nadie, ni a sus padres, ni el más mínimo sonido se percibía fuera de la casa. Nadie caminaba por la acera, nadie entraba o salía de las casas vecinas, parecía un pueblo fantasma. Temblando de miedo entró de nuevo en la casa, y volvió a oír la voz de sus padres, que decían: 

- "Hola Ana, ¿cómo ha estado tu día?" -, comentó su padre al pasar. 
- "¿Vas a salir con Daniel hoy?, ¿Qué te has hecho en el pelo?" -, le preguntó su madre. 
Y para su gran sorpresa y terror escuchó su propia voz diciendo: 
- "No, hoy no. No sé si seguiré viendo a Daniel, se ha vuelto un poco aburrido. Creo que iré a visitar a Mónica, escucharemos algo de música". 
Y corriendo hacia el recibidor Ana casi se desmaya cuando se vio a sí misma en el espejo de la entrada. Estaba vestida con ropa oscura y holgada y tenía el cabello oscurecido y desprolijo. Y vio a sus padres que se acercaban para saludarla. 

Y la Ana de cabellos rojizos que estaba en la solitaria casa, comenzó a golpear con los puños el espejo con todas sus fuerzas mientras gritaba: 
- "¡Mamá, papá, estoy acá, del otro lado del espejo!, - aunque en el fondo sabía que nadie podía oírla. 

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