Trayecto - RELATO BREVE

El sol se iba sumergiendo tras el horizonte mientras ella colgaba su saco y su cartera en el perchero del hall. Estaba cansada; era el final de la jornada laboral. Hoy se quedaría en casa, meditó. Una ducha caliente, una sopa, una película en la cama y a descansar. Todo eso pasaba por su mente mientras comenzaba a desvestirse en su habitación. De pronto se encontró a oscuras. Casi sin refunfuñar, un poco por el cansancio y otro poco porque ya habían cortado la luz otras dos veces esa semana, se puso la bata y resignada bajó las escaleras. 

Sacó dos velas nuevas de un cajón de la cocina y las encendió. Colocó cada una en un frasco vacío dejando una en la mesa ratona del living y llevándose la otra a la habitación. Se propuso descansar un poco antes de tomar el baño mientras esperaba a que volviera la luz; apoyó la vela en el escritorio, se sentó en el sofá y suspiró. 

Su mirada se posó en la vela y vio la llama parpadear un par de veces, al mismo tiempo, ella pestañeó como acompañando ese movimiento. Notó los párpados pesados y mantuvo los ojos cerrados un instante para descansar la vista. Luego de un momento se sintió mejor y, batiendo las pestañas repetidamente, abrió los ojos. Se encontró nuevamente en el living pero lo notó distinto. Miró a su alrededor con curiosidad descubriendo en el recorrido todo lo que la rodeaba; paredes, muebles, cuadros, adornos… todo era diferente; olores y sonidos eran viejos y nuevos a la vez. 

Un aroma a bizcochuelo recién horneado le invadió el olfato y sin tener registro de ello, una sonrisa se le dibujó en el rostro. Se dio cuenta de que sostenía una pluma con una mano pequeña manchada de tinta azul y entonces miró levemente hacia abajo para descubrir que en la mesa a la que estaba sentada, descansaba un cuaderno con caligrafía de niña. Una voz femenina muy familiar dijo: 

- “Sofi, ¿cómo vas con la tarea? Mirá que hasta que no termines no podés ir a andar en bici, eh!” - 

De pronto se sintió dichosa, libre de preocupaciones y compromisos. Le invadió el pensamiento la imagen de ella andando en bicicleta con Romi y Noe, dando vueltas y vueltas a la manzana. Se apuró a terminar las cuentas y salió corriendo hacia la cocina. De corrida, apenas asomando la cabeza por la puerta, le dijo a su mamá:

-“Ma, ya terminé, me voy a lo de Noe” -, y sin detenerse agarró por los manubrios la bicicleta roja nueva y reluciente que estaba en el patio y se marchó. 

Ya con Noelia y Romina, daba vueltas alrededor de la manzana, esquivando vecinos y perros, volando sobre ruedas y riendo. De pronto, escuchó un ruido y al dar vuelta la esquina vio que Romina lloraba con la rodilla derecha roja y pelada. Mientras Noelia la ayudaba a levantarse, ella se distrajo con la risa de unas señoras mayores que pasaban por la vereda de enfrente. Se reían a carcajadas pero con mesura, y eso le llamó la atención. Se las veía felices. 

De pronto una de ellas detuvo su caminar y fijó la vista en Sofía, que comenzó a sentir que un hormigueo le recorría el cuerpo, entonces, sacudió las manos como para deshacerse de esa sensación y se sintió mejor. Se frotó los brazos para darse un poco de calor porque atardecía y comenzaba a refrescar, y entonces oyó la voz de sus amigas que le preguntaban - “¿Estás bien?”; ella respondió que sí, al tiempo que se miraba las manos, las notó más grandes, con uñas largas y pintadas de rojo coral, la piel un poco arrugada y con algunas manchitas; un anillo de oro le vestía el anular. Se acomodó la cartera en el hombro y retomó la marcha. 

La compañía de sus amigas era de las mejores cosas de la vida. Cuando llegaron al restaurante, se sentaron, ordenaron y pasaron una hermosa velada. Rieron, hablaron de mil cosas, compartieron recuerdos y sueños también. Al salir caminaron unas cuadras y luego cada una tomó la ruta hacia su casa. Casi llegando a la puerta, Sofía sacó las llaves, y enganchadas entre ellas asomó un paquete de pañuelitos que cayó a la vereda. Se disponía a agacharse cuando vio que alguien ya lo estaba recogiendo. Tan rápido fue el ademán de la joven que se lo entregó, que no pudo distinguir su rostro, pero sus manos se rozaron levemente, y en ese instante el frío volvió a recorrerle el cuerpo. Se frotó las manos para entrar en calor, y un viento fuerte la sorprendió, haciéndole llorar los ojos. Se llevó la mano a la cara y se los restregó un poco. Los abrió lentamente pues le lagrimeaban, y la imagen borrosa se fue aclarando poco a poco. 

Se hallaba en su habitación, ya no tenía frío y se sentía cómoda sentada en el sofá. Se miró las manos. No sostenía una pluma, ni llevaba anillo. No había manchas de tinta, ni arrugas, ni esmalte coral. Se preguntó cuánto tiempo había permanecido allí sentada. Se levantó con agilidad y con renovadas energías se dirigió a la ducha sin esperar a que volviese la luz. Tomó entre sus manos, adultas pero jóvenes, la vela que había dejado en el escritorio sin percatarse de que ésta aún no había derramado siquiera su primera lágrima de cera.

Comentarios