La Súplica - RELATO BREVE

Sus pisadas frenéticas hacían eco en el lóbrego callejón. No podría escapar, sin embargo, continuaba corriendo en busca de una salida. 

Su perseguidor no le daba tregua y pronto quedó exhausto. Sabía que era sed de venganza lo que impulsaba a aquel. Sabe que el hambre le nubla el cerebro y le hace desvariar; es el deseo de atraparlo y hacerlo pagar… 

Se detuvo y ya sin aliento, vio como la oscura figura de aquel hombre escudriñó en la oscuridad y sacó un puñal escondido en la túnica que lo cubría. 

Vencido, cayó de rodillas frente a su verdugo y le imploró, le pidió misericordia, le pidió perdón por aquello que ambos sabían que él había hecho. La culpa lo carcomía y supo, aunque no podía verle el rostro, que aquel no le perdonaría. 

Preparado para morir, vio como la sombra de su atacante se cernía sobre él. No, no fue un salto; fue un abalanzarse de acorralado cazador. Empuñando el cuchillo, el encapuchado levantó el brazo y comenzó a bajarlo dispuesto a asestarle la hoja en una herida mortal. De pronto, el hombre rendido alzó el rostro bañado en llanto y miró fijamente a su agresor, diciendo en una voz temblorosa y casi como un suspiro: 

“Me perdono yo también, a mí mismo, porque solo así podré tener paz”. Y sin más, se entregó a su destino abriendo los brazos para recibir el frío metal. 

En ese instante, la capucha del atacante cayó y dejó el rostro al descubierto. Era su propio rostro. Te perdono lo oyó decir. Se oyó decir. Y la túnica vacía se desplomó al suelo.

Desvanecido el vengador, dejó al arrepentido solo y a su suerte.

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