Siempre había querido tejer a crochet. Tomé el ovillo, el ganchillo y me dispuse a comenzar. Como había visto varios tutoriales en Internet me puse frente al espejo y traté de imitar a aquellos que sabían hacerlo.
Colocaba la lana en la aguja y se salía, quería poner cara de persona que está feliz haciendo algo con placer y al mirarme en el espejo descubría una cara fruncida hacía cómicas muecas. ¡Pero no me iba a dar por vencida!
Lo intenté una y otra vez. Mis manos reflejaban en el espejo la torpeza con que las guiaba. Así pasaron las horas hasta que por fin hube terminado.
Me puse el abrigo y me fui a lo de mi abuela. Le llevaba la gorra tejida con pompón. Al llegar, sorprendida me regaló una sonrisa y se la probó.
- ¡Viste! El aprendiz supera al maestro. ¡Te quedó bárbara!
- Sí, Nona. - le contesté mientras guardaba el ticket de la tienda que amenazaba con caerse de mi bolsillo.
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