La carta le había llegado de forma inesperada. No conocía el remitente, pero igualmente se instó a abrir el sobre ya que en el destinatario figuraba su nombre, 'Juan José Díaz'.
En el interior halló una nota que decía:
- "Como te prometí, aquí te dejo las instrucciones para llegar al Hotel en El Cairo, para que cumplas tu sueño de conocer la Tierra de los Faraones". Junto con la misiva había dinero para poder comprar el pasaje.
Juan José no podía creer que su deseo de viajar al Antiguo Egipto fuera a hacerse realidad. De pronto había recibido la carta de un desconocido que le brindaba esa posibilidad hasta el momento tan remota. Entonces sin dudarlo, aceptó su destino y viajó a aquellas tierras lejanas.
Mientras Juan José cruzaba los océanos disfrutando de tan impensada aventura, su esposa que se encontraba leyendo una novela de su autor favorito, posó el libro sobre la mesita ratona para ir hasta la puerta de entrada pues habían tocado el timbre.
- ¿Si, en qué lo puedo ayudar? - le dijo la mujer al joven de grandes ojos verdes que se encontraba cruzando el umbral.
- Buenas tardes. Me llamo Gonzalo. Mmmm, no sé como empezar. Quería decirle que no le guardo rencor.
- Mirá, no te conozco. Me parece que estás equivocado. ¿A quién buscás?
- A usted la busco, a mi madre.
La esposa de Juan José quedó boquiabierta. El asombro la había dejado sin palabras, pero en su mente las preguntas se agolpaban rápidamente. ¿Quién era este muchacho? ¿Le estaban gastando una broma? ¿Quién se tomó la molestia de inventar algo tan retorcido?
- Si, definitivamente estás en un error. - Dijo la mujer cuando recuperó el habla. - Yo no tengo ningún hijo, solamente una hija. Así que...
- Mire, a estas alturas no le voy a pedir que lo reconozca. Ni tampoco pretendo que empecemos a tener contacto, pero lo que no le voy a dejar pasar, es lo de la herencia. Yo sé que mi padre...
La mujer no lo dejó continuar. Lo cortó en seco diciendo:
- ¿Pero de qué herencia me estás hablando querido? ¿Tu padre... ? ¡No tengo idea de nada de eso. Te repito que no te conozco!
Y mientras Juan José visitaba los Museos de Egipto y recorría las pirámides de Gizah, de repente me doy cuenta de que metí la pata y la metí hasta el fondo, porque todo esto es culpa mía. Me dí cuenta que en vez de mandarle la carta a mi primo Juan José Díaz, se la mandé a mi oculista, que también figura en mi agenda ¡y se llama igual!
Y para colmo, a la esposa le aparece un hijo no reconocido de la nada y por error, y me pregunto si yo también habré tenido que ver con eso, porque estoy confundido y ya no me acuerdo cuándo empezó todo esto ni qué día es hoy. Por eso, corro en un apuro hasta el calendario para ver la fecha ¡y me encuentro que mi almanaque no tiene números!
Sorprendido y aturdido, el timbre interrumpe este confuso momento. Me dirijo a la puerta y la abro para encontrarme con Juan José, mi oculista, no mi primo, con su esposa y un joven de grandes ojos verdes, que con cara de reproche fijan en mí la mirada y me dicen al unísono:
- ¡Despertá Pedro, que este tiempo nunca fue y el otro jamás llegó, y todos tenemos cosas que hacer!

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