Él, que siempre había sabido qué escribir, esta vez estaba bloqueado, tenía la mente completamente en blanco; no encontraba la idea, aquella historia que lo llevaría a un nuevo éxito. Siempre había llenado sus páginas con palabras vacías, limitándose a cumplir con la fecha límite, pero por algún motivo, en esta ocasión no podía pensar en nada. Era un aviso, una señal.
Jamás se había propuesto escribir con otra intención que no fuera la de ganar dinero; no sabía cómo escribir desde el corazón, cómo dejar un mensaje, algo que acariciara el alma de las personas dejando huella. Después de más de un año de trabajo logró terminar la obra, pero luego de colocar el punto final lo más increíble sucedió. Las palabras se remontaron en el viento para viajar quién sabe cuántas leguas y posarse en las oraciones de qué historias.
El escritor azorado quedó en silencio, rodeado de pensamientos que lo rodeaban, flotando en el aire como evasivas. Ninguno quiso aferrarse a él. Solo cuando se desprendió de su vanidad, de su ambición y cuando olvidó los límites autoimpuestos, logró que la tinta brotara nuevamente tiñendo el papel.
Este nuevo escritor, prolífico, auténtico y libre se reencontró con su alma que vibraba, apasionada, por las letras y agradeció haber sido víctima de sus propias trampas y huecas palabras, porque sólo así volvió a apreciar el valor de un buen relato.

Comentarios
Publicar un comentario