Cada día esperaba la hora en que el cartero visitaría su casa. Muchos días como aquél pasaban sin noticias, sin embargo en esta ocasión fue diferente. Vio al mensajero caminando por el sendero de la entrada y, mientras ella se estrujaba las manos, aquél dejaba una carta en el buzón.
Ansiosa, esperó que el hombre se fuera para salir corriendo a buscar la misiva. La sacó del buzón y volvió a la casa. Se sentó a la mesa del comedor y apoyó el sobre en la madera. Con manos trémulas lo tomó nuevamente y lo abrió. La carta con letra de su esposo temblaba en sus manos. Estaba peleando en el frente de batalla y hacía tiempo que no tenía noticias suyas.
Leyó aquella carta con fruición primero, luego la leyó una vez más, esta vez lentamente, absorbiendo cada rasgo de los trazos, cada palabra y cada pensamiento que él había escrito pensando en ella. Atesoró cada uno de ellos y devolvió la carta al envoltorio que luego, guardó en un cajón de la cómoda.
Al día siguiente oficiales del ejército llegaron para anunciarle del fallecimiento de su esposo. Había muerto durante una refriega. Ella quiso saber cuándo había sucedido y al escuchar la respuesta no puedo entenderlo, porque la carta estaba fechada con posterioridad. ¿Cómo era posible? Sin embargo le volvieron a asegurar que era así como había ocurrido.
Más tarde esa noche ella soñó con su esposo, que escribía recostado en el suelo bajo una noche estrellada. Tal era el deseo de aquel hombre, de hacerle llegar sus palabras a su esposa, que había logrado enviarla aun cuando todavía no la había escrito. Al soñar con él, ella le permitió viajar en el tiempo y el espacio para que el mensaje llegara a destino.

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