Lo que Guarda la Selva - RELATO BREVE


En los adentros de la provincia de Misiones se levanta una de las más impresionantes selvas del mundo, llena de animales salvajes, miles de especies de plantas, algunas medicinales, otras venenosas y algunas deslumbrantes cuyas flores roban más de un suspiro. Esta espesura tan bella, sublime y misteriosa es un laberinto, peligroso y hasta cruel, para quien no lo conozca como la palma de su mano. 

En medio de esta espesa vegetación hay gente que vive en casas humildes, algunas chacras que, alejadas las unas de las otras, son el hogar de los lugareños que conviven con la Naturaleza en una de las más vibrantes y primitivas de sus formas. Los grillos y los sapos suenan en cada charco a la vera del camino y los frondosos árboles brindan la sombra donde los habitantes se juntan a tomar tereré para pasar las horas calurosas de la tarde. 

Allí, en esos parajes remotos de tierra colorada y un verde que baña cada lugar al que uno mire, se guarecen historias que a más de uno han dejado pasmado, y qué decir, si la única compañía de tales relatos son el silbido de las aves nocturnas, el croar de las ranas y la luz de la luna llena. Ciertamente a Jacinta le había tocado de cerca ser la protagonista de una de esas historias. 

Como tantas otras veces en las que había salido a cortar leña, volvía con el fardo cargado en sus brazos, cuando de pronto sintió un crujido a sus espaldas. Se dio vuelta para enfrentar la cara del monte que, desnudo, no le mostró otra cosa que no fueran su flora y su fauna habituales. Continuó su camino hacia la casa cuando un escalofrío le recorrió la espalda y le erizó cada vello de su cuerpo. 

Asustada, apretó los ojos y recitó para sus adentros un Padre Nuestro mientras apuraba el paso. Así logró caminar un trecho, pero no pasó largo rato hasta que vio unos metros delante suyo una criatura oscura, peluda y de largos brazos que con ojos amarillos la miraba fijamente. No atinó a hacer otra cosa que correr y alejarse de aquel claro en medio de la selva. Un silbido espeluznante se oía todo en derredor confundiéndola por lo que no pudo saber de dónde venía. 

Sintió sus piernas aflojarse y luego, todo se puso negro. Despertó atolondrada y de a poco en la casa de un vecino. Éste se acercó y le dijo: 

- Menos mal que te vi cuando venías por el camino. Te traía el mismo Diablo de lo rápido que corrías. Tenías la cara pálida y la piel sudada 'mija y te fuiste al suelo. 

Jacinta balbuceó tratando de decir algo pero no logró que le salieran las palabras. 

- Shhh, no hace falta que me cuentes mi niña, te has cruzado con el Pombero. 

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