El estrépito de un disparo corrió por las planchas de la cubierta de primera clase de aquel barco, sin embargo, fue ahogado por las turbinas sonoras. El sonido no pudo quebrar la tranquilidad de la noche mientras la nave se mecía sobre las olas. Cerca del puerto, al mismo tiempo, la pasajera más rubia de un autobús deja caer uno de sus guantes, mientras una mueca de horror se dibuja en su rostro; automáticamente se cubre la boca ahogando un gemido de pavor. Una lágrima cae por su mejilla.
Al otro lado de la ciudad, un hombre se ha dispuesto a leer una carta que descansa en su mesa de pino. Las estrellas que iluminan la noche le son ajenas pues está absorto en sus pensamientos. Decidido, abre el estuche de cuero para sacar los anteojos y los nervios sin piedad lo invaden desde los huesos hasta piel y le sacuden el cuerpo. Los lentes caen de su mano y se estrellan contra el piso. Ya no puede leer la carta, no distingue nada.
Una línea que asomaba en la mano un hombre que sostiene un arma y, que triste y melancólico viaja en aquel barco, se desliza y cae dentro del vaso de coñac que éste bebía. Tambaleante, la línea surge del licor y se desvanece sobre la mesa. Tic tac, se oye de fondo. La noche profunda sigue su curso y ahora el hombre afloja la mano y no parece percibir que las agujas de su reloj retroceden.
El destinatario de la carta, en su casa, sorprende a una línea que vuelve al papel. No sabe de dónde ha salido, pero más aún se sorprende pues sin los anteojos puede verla, es luminosa, latente y silenciosa. Por un segundo el tiempo se detiene. Un cuadro de Boucher en algún sitio se cae de la pared sin sufrir daños, las lágrimas de una mujer rubia se evaporan, su mueca de horror se ha ido y entonces, una bala vuelve al tambor de un revólver.
Ya está amaneciendo. El tiempo sigue su marcha. Un hombre saca unos anteojos viejos de un cajón y se enfrenta atónito a una carta que, ahora en blanco, reposa sobre su mesa. Una mujer se quita lo guantes y mira su rostro en el espejo del recibidor mientras la mano de un hombre que mira la luna desde la cubierta de un barco, deja caer un arma que se hunde en el mar y lo salpica de paz.

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