La radio a todo volumen sonaba en mi cocina. Me proponía hacerme un café para pasar la tarde viendo una película. El día estaba fresco y lluvioso, ideal para acurrucarse en el sillón y hacer fiaca.
Medio bailando, me servía el café en la taza cuando al levantar la mirada me encontré con la de mi vecino que había salido a buscar el diario que descansaba en la entrada de su casa. Sentí sus ojos penetrantes y un súbito calor subió por mis mejillas. Rápidamente bajé la mirada y no la aparté de la taza que llevaba en mis manos hasta alcanzar el sofá.
Lo había visto varias veces al entrar o salir de la casa pero nunca le había prestado atención; hoy en cambio fue diferente, como si lo hubiera visto por primera vez. Me lo imaginé en la biblioteca de su casa con un cigarrillo en la boca, rodeado de un montón de diarios apilados y un libro muerto de pena por sentirse abandonado. Sin embargo, nada de eso evitó que notara lo atractivo que era. Un rostro curtido y bronceado, las manos rusticas y fuertes, el pecho dentro de un hueco rodeado de músculos y vigor.
En fin, prendí la tele y elegí una película, una de suspenso que tanto me gustan. Así pasé la tarde, pero debo confesar que poco me pude concentrar en el film. Los ojos negros de mi vecino se me clavaron en la mente y colmaron mis pensamientos.
De pronto sentí un rumor de voces que me gritan, era el viento, tan fuerte en su recorrido que por su causa ventanas muy agitadas se sacudieron en la sala y en el resto de la casa. Me apuré para ir a cerrarlas y evitar que se rompieran los cristales. Una gata medio loca pasó corriendo por la vereda y se guareció debajo de un auto. Parecía que se acercaba una tormenta.
Ahora que todo estaba cerrado, me propuse volver a la sala y leer el diario que había recogido en la mañana. Cuando estoy por comenzar a leer suena el timbre y voy a la puerta. Es él, mi vecino. No puedo evitar sonrojarme. Me sale la voz medio rasposa, típica cuando hace rato que uno no habla.
- Hola - le digo -.
- Hola, disculpa que te moleste. Me quedé sin luz y necesito llamar a la compañía eléctrica. No tengo teléfono de línea, solo celular y me quedé sin batería. ¿Puedo usar el tuyo?
Lo dudé unos segundos porque nunca antes habíamos cruzado palabra. Él se dio cuenta y agregó con tono de disculpa:
- Sé que nunca hablamos, pero como somos vecinos... Es un segundo nomás.
- Sí, claro. Pasá. - le dije casi avergonzada de haber vacilado. Es el vecino, me dije -.
Sobre la mesa ratona de la sala descansaba el periódico. El titular de la segunda hoja informaba que un hombre de unos cuarenta y tantos parecería ser el autor de dos asesinatos de mujeres en el barrio donde vivimos. Es alto, atlético, apuesto y de tez bronceada.
¡Si tan solo hubiera llegado a leerlo...!

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