El Cuadro - RELATO BREVE

Todo estaba en silencio. Una aterciopelada oscuridad empapelaba la habitación y la llenaba de misterio. Un crujido seco se oyó en medio de la noche. Las maderas del piso de pinotea profirieron un grito como anunciando el evento que sobrevendría. 

Detuvo sus pasos en seco. Sus pies comenzaron a deslizarse suavemente, amortiguando los quejidos de las tablas, convirtiéndolos en apenas un susurro. Su manos envueltas en guantes negros, continuaban la gama de sus ropas y conservaban el sigilo de aquel intruso. 

Sus latidos parecían oírse en las entrañas de la casa, pero solamente retumbaban en sus oídos haciéndolo dudar de su incursión nocturna. No podía echarse atrás. Estaba en medio de esa marejada, impulsado por la adrenalina y el miedo, pero también por un desafío que lo llevaba a romper las reglas de lo lícito. 

Abrió la puerta sin dubitación. Un movimiento certero y decidido. Se vio allí, en medio de esa sala abarrotada de libros, con muebles clásicos y decorada con gusto. Ahí lo vio, colgado en la pared, luciéndose ufanamente como si su belleza pudiera encandilar la mirada de todo aquel que posara sus ojos sobre el lienzo. La luz de la luna se derramaba sobre él y lo hacía todavía mas soberbio. 

Nada más cautivó su atención desde que lo vio. Se sintió prisionero de sus colores, sus trazos y sus formas. Como embrujado lo observó por un tiempo que pareció infinito y cuando el trance parecía hacerse más profundo, sus manos se elevaron hasta alcanzarlo y cuando sus dedos hicieron contacto con la obra de arte, todo se volvió luz. 

El cuadro pareció cobrar vida, latió, vibró e iluminó todo a su alrededor. El instante fue fugaz. Después de unos segundos el silencio fue sepulcral, no se podía percibir ni siquiera la respiración del malhechor. La negra figura se hizo ausente y la oscuridad se instaló otra vez en el lugar. Se escuchó el crujir de las maderas una vez más y la puerta se abrió para revelar al dueño de la casa que, sorprendido, examinó la sala para descubrir que estaba vacía. 

El cuadro, que aun descansaba en la pared, volvió a quedar bajo la luz de la luna luego de que una nube pasajera se marchara. La imagen parecía revelar una serenidad que algunos agradecerían, pero que allí solo era una quietud macabra que dejaba ver que la pintura donde antes hubo dos rostros, ahora mostraba tres.

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