Reflejo Macabro - RELATO BREVE

Le temía a los espejos, no porque no quisiera ver en aquellos el paso del tiempo que habitaría en las arrugas de su piel o la opacidad de sus ojos, sino porque recelaba lo que pudiera pasar cuando se encontrara con su reflejo. Siempre pensó que aquel otro ser que vivía en el objeto era en realidad otra persona y que, las ansias de ser libre y abandonar aquel lugar indeterminado e irreal lo llevaría a querer arrebatarle su identidad, su vida y poseer su alma. En la casa por lo tanto, las paredes se vestían con tapices y cuadros pero jamás se había colgado un espejo en aquel lugar. 

Aquel cuidado sin embargo no lo calmaba, por el contrario, lo privaba de sentirse completamente dichoso y un amarga sensación le colmaba la mente y el espíritu. Se sintió finito en el tiempo voraz de los relojes, el tiempo corría y los ecos de las campanadas sonaron en la oscuridad de aquella casa, donde las sombras que habitaban en los rincones reflejaban la personalidad de quien la habitaba. ¿Cómo podía vivir preso de sus miedos, esos que a perpetuidad y distancia devoran los sueños y esperanzas de los hombres? 

Con el pasar de los años, la vida cambió cuando conoció a la mujer que sería su esposa. Ella se deslumbró con aquel hogar, tan acogedor y fascinante. Al comenzar la convivencia ella le expresó sus deseos de colgar un espejo en la sala principal y cuando él se opuso ella le preguntó la razón pero no obtuvo respuesta. La reacción de su esposo fue algo inesperado; muy nervioso y algo molesto, le expresó que estaba terminantemente prohibido colgar espejos en esa casa. Ella, que no le conocía esa faceta, se desconcertó pero como lo amaba tanto cumplió con su deseo y la vida de ambos transcurrió tranquila y apacible durante un tiempo. 

Una tarde, mientras paseaban por el jardín, el mayordomo vino a buscarlos. Un pariente lejano había oído de la boda y como se encontraba en el continente los había venido a felicitar. Cuando entraron a la casa ambos miraron al invitado, el esposo sin reconocerlo le preguntó quién era, ella sin embargo había quedado tiesa, sin habla y pálida como un fantasma. El visitante, sin responder, quitó la tela que cubría un gran objeto apoyado en la pared. El género cayó al suelo, resbalándose y dejando al descubierto un antiguo espejo con borde labrado. En aquel instante, toda la luz abandonó el lugar, y sumido en sombras y silencio el dueño de la casa oyó una frase que terminó con sus dudas: “Siempre has sido el reflejo, ahora estás donde perteneces”.

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