Gigantes de Hierro - RELATO BREVE

 

Cuando llegué al pueblo lo hice en uno de aquellos gigantes de hierro que me trajo hasta este paraje en medio de esta hermosa pradera verde. Descendí de su pesada y oscura carrocería que, cual armadura, lo vestía de imponencia y gallardía. Al tocar el suelo mis pies seguían vibrando, como si el alma del metálico coloso se me hubiera calado en los huesos. 

Me maravillé a cada minuto del recorrido cuando a su marcha iba exhalando el humo de sus aguerridas entrañas y el carbón y la leña eran consumidos para darle la energía que se convertía paso a paso en un empuje arrollador. En este derrotero tan pintoresco, casi mágico, el vapor y el silbato anunciaban su arribo y su partida, en cada pueblo, en cada estación. Como un caballo desbocado descansaban sus vagones cuando finalmente se detenía paralelo al andén. 

Era un espectáculo recibirlo, admirando su presencia y su envergadura majestuosa, que jamás pasaría inadvertida. Hoy en muchos parajes se lo añora, se lo sueña. Los antiguos y gastados durmientes y los rieles que en ellos descansan, han quedado en el olvido. Los pequeños pueblitos destinados a desaparecer lloran a los gigantes que ya no llegan, esperando que algún día renazca el ansiado e incansable traqueteo. 

Hoy, en medio del silencio de estas vías abandonadas, el alma de aquellos titanes herrumbrosos sigue vibrando, el corazón les late adormecido, como agazapado entre los fríos rieles, sin embargo su incansable espíritu sigue soñando despierto, recordando los viejos y eternos escenarios visitados, esperando algún día que vuelvan a atizar su fuego interno para volver a despertar.

Comentarios