Más Allá de la Nada - CUENTO

Había viajado muchas horas y estaba exhausta. Tomó un taxi y llegó a la casa; era preciosa, algo antigua pero acogedora, delicada, armoniosamente amueblada. Se notaba la mano de una mujer en los adornos y los arreglos. Decidió que se daría una ducha luego de una cena liviana y después se iría directo a dormir. Puso la valija encima de la cama, sacó el camisón, ingresó en el baño y abrió el grifo. El agua caliente le recorrió el cuerpo y fue como un bálsamo que inmediatamente le aflojó todas las tensiones y la dejó laxa.  Lentamente, se vistió con una bata corta de raso celeste, tomó el atado de ropa sucia que puso a un costado de la bañera para lavar al día siguiente y volvió a la habitación, allí se secó apenas el cabello con una toalla, abrió la cama descubriendo unas pálidas sábanas color crema y el sueño la acometió sin piedad, dándole apenas tiempo de meterse bajo las cobijas antes de quedarse dormida. 

Durmió profundamente; entre sueños le pareció que el peso de un cuerpo se había posado a su lado. Pestañeó varias veces hasta que despertó completamente. Confusa, sin saber qué la había despertado, encendió el velador. No había nadie más en la habitación, apagó la luz y en segundos estaba nuevamente arropada dentro de la cama. La cabeza cayó pesada sobre la almohada, sus ojos ardían y agradecieron nuevamente la oscuridad. Sin saber cuánto tiempo había pasado se despertó nuevamente, esta vez, sobresaltada por un ruido. Extendió la mano tanteando la lámpara y prendió la luz ya más espabilada por la adrenalina. Aún estaba sola. Un destello que brillaba en un rincón de la habitación le llamó la atención. Se incorporó y salió de la cama a su encuentro, entonces pasó frente a un espejo, pequeño y antiguo, de bordes ornamentados que colgaba de la pared frente a la cama. No lo había notado antes cuando se instaló en la alcoba, estaba roto y le falta un pedazo. Como hipnotizada acercó un dedo para tocarlo pero rápidamente se abstuvo y retiró la mano cuando un resplandor que provenía del suelo nuevamente la distrajo. 

Se acercó temerosa a la fuente del reflejo y casi no lo vio pero volvió a refulgir. Era un pequeño trozo de vidrio, se agachó para recogerlo y lo colocó en la palma de su mano. Se acercó a la ventana para verlo más claramente, era un fragmento de espejo, pues vio sus ojos reflejados en él. Volteó para ver el espejo que colgaba en la pared y sintió un pinchazo en la palma de la mano. El trozo de vidrio había desaparecido y en su lugar aparecieron unas minúsculas gotas de sangre. Se acercó la mano a la boca y restañó la sangre de la herida. Al mirar al espejo notó que ahora estaba completo, ningún fragmento faltaba. Volvió a la cama asustada y largas horas pasaron hasta que fue capaz de conciliar el sueño. 

El amanecer llegó con un agradable sol de otoño. Las hojas afuera caían, alfombrando la acera de rojos cobrizos, naranjas, dorados y marrones. La muchacha se acercó a la cocina y se preparó un café cuando de pronto sintió un golpe seco pero suave en la entrada que la sobresaltó. Abrió la puerta para encontrar el diario descansando sobre el felpudo de “Bienvenidos”. Ya dentro de la casa, mientras bebía el café se sentó y desplegó las hojas del periódico. Dentro de éste, un papel grisáceo con una caligrafía que ella conocía muy bien y que le causó escalofríos leía: “Soy yo intentando llegar a vos a través del espejo”, entonces se le heló la sangre porque supo que ni la muerte lo había podido mantener alejado.

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