Después del “Cole” - MICRORRELATO

Me habían cambiado de colegio por mudanza. Hasta ese entonces vivíamos en San Fernando, Provincia de Buenos Aires. Me costó despedirme de mi mejor amiga, Valeria, en el cuarto grado, la iba a extrañar mucho. Íbamos a una escuela privada en el mismo barrio de San Fernando. El nuevo colegio quedaba en Capital, en el barrio de Villa del Parque, a unas 10 cuadras de la nueva casa que alquilábamos. Mis expectativas eran las de una nena de 10 años, llegar a la nueva escuela y hacer amigos; no fue así. Fui recibida como “la nueva”. Me hicieron lo que ahora llaman “bullying”. Desde empujones en la fila, hasta burlas por mi aspecto y timidez y lo peor, la indiferencia. Temía que mis únicas dos amigas en el grado faltaran y me quedara en el recreo sola.

Así, con una tristeza por no saber qué causaba que mis nuevos compañeritos no me aceptaran, - porque el que recibe “bullying” no sabe qué es lo que está haciendo mal para ser rechazado – iba y venía al colegio caminando, con una mochila de verdad y una imaginaria por ser “diferente” a lo esperado.

Una tarde al volver de la escuela me crucé con un chico que andaba en bicicleta. Debió de haberme visto triste porque paró su andar, bajó de la bici y me preguntó si me pasaba algo. Le conté de mi pesar, y el solo escuchaba. No hacía comentarios. Nunca, ahora que recuerdo, habló mal de aquellos chicos que me hirieron, pero sí me reconfortó diciendo que yo era linda, buena y divertida y que no había nada malo conmigo.

Todas las tardes nos veíamos un rato y compartíamos charlas, me prestaba su bici o venía a merendar a casa. Su amistad fue muy importante para mí y agradezco que se haya cruzado en mi camino. Se llama Javier y hoy seguramente le enseña a sus hijos que todas las personas tenemos derecho a ser felices sin ser juzgadas por las apariencias o las diferencias que nos hacen únicos. No lastimemos, todos necesitamos ser aceptados tal como somos. 

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