Imágenes de un Destino - RELATO BREVE


Oí un ruido a mitad de la noche. Me incorporé en la cama y corrí las cobijas. Una cálida brisa de aquella noche de verano sopló entre el algodón de mi camisón que ondeaba alrededor de mi cuerpo. Encendí el farol de noche, ese mismo que mi padre, cuando era niña, dejaba sobre la mesa de madera. 

Lo llevaba levantado en mi mano derecha y así avanzaba iluminando levemente mis pasos. De pronto me detuve ante la puerta de entrada. Algo me dijo que tenía que abrirla y así lo hice. Me encontré con una niebla espesa que no me dejaba ver más allá de mis narices. Sin embargo, no sentí temor. Me adentré en aquella bruma blanquecina y me lancé a un camino incierto.

De a poco la niebla se fue disipando y comencé a vislumbrar una imagen. Eran las vías del tren. Se veían solitarias, silenciosas, hasta con un halo de misterio. Sentí el silbido lejano del tren que se aproximaba salido de la nada. Pasó a mi lado sigiloso, si apenas produjo un viento suave que me acarició el cabello que llevaba suelto y me llegaba hasta la cintura. 

Cuando la formación hubo pasado y las vías volvieron a quedar desiertas, vi una pequeña caja que descansaba sobre los durmientes. Me acerqué para levantarla. Cuando mis manos hicieron contacto con el cartón me encontré súbitamente otra vez dentro de la casa. No me sorprendí. Me sentí a gusto, otra vez albergada por el calor de mi hogar, aunque esa noche también afuera se sentía agradable.

Me senté en la sala. Apoyé la cajita sobre la mesa y tire del cordel con la que estaba atada. Introduje una de mis manos y saqué dos viejos candados grandes un poco oxidados. Uno estaba cerrado y el otro abierto. Los coloqué al lado de la caja sobre la rústica mesa de madera. La luz de la luna que entraba por la ventana iluminaba la sala haciéndola parecer irreal, de ensueño. Todo estaba calmo. El viento apenas movía las cortinas. Sentí sueño y me encontré nuevamente cobijada en mi cama.

Me despertó el sonido del teléfono. Atendí. La llamada era inesperada. Me di cuenta entonces que aquellas vías significaban que debía retomar mi destino. Que todo se ve más claro cuando arrojamos luz sobre el camino para disipar la niebla, y que la vida puede ser como una cálida y agradable noche de verano si ubicamos los candados apropiadamente, cerrándole el paso a tantas cosas malas que amenazan con ennegrecer nuestros corazones y abriendo el cerrojo a todo lo bueno que tenemos para dar.


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