Tiempo de Despertar - RELATO BREVE


¿A dónde se han ido los tiempos? Esos dónde las agujas se pintaban en los relojes sin tiranía, las caricias se prodigaban sin apuro y se gozaba de los paseos domingueros y las reuniones con amigos. Las horas estaban colmadas de palabras dichas con sentido y buenas intenciones, o de silencios honestos y necesarios. La violencia y la agresión dormían guardadas en un cajón por aquellos días.

No existía vivir sobreestimulado por pantallas y aparatos; los quehaceres se hacían con gusto y la ansiedad no existía, ausencia de eso que es vivir con la mente en un lugar y el cuerpo en otro. ¿A dónde se han ido los tiempos donde se vivía sin miedo a quedarse sin arena en el reloj? Esos donde se apreciaba cada minuto del día sin apresurar la llegada del fin de semana que hoy no alcanza para nada.

Aquellos mágicos instantes donde el sol despunta al alba para acompañar los pasos de un nuevo día. Días donde el calendario se colgaba en la cocina sin aludir presiones, reprimendas o agonías; sus casilleros se llenaban deleitados con recordatorios de festejos y cumpleaños.

La risa de los niños volaba en las calles, viajaba en bicicleta o en autito a rulemanes y alegraba los rostros de las abuelas y las madres que charlaban en la vereda. El trabajo era una necesidad pero no una astilla clavada en los dedos, irrumpiendo en las cenas de forma inapropiada o en los fines de semana con un llamado atrevido.

Los parques y las ferias se llenaban de grito y carcajada, los helados manchaban las remeras de los niños de rodillas peladas con raspones y los adultos disfrutaban de un café en el barcito de la esquina sin el despotismo del tic-tac.

Los mates con bizcochitos a la sombra de la parra eran un regalo de lo más esperado; una partida de chinchón, un vaso de fernet y un asado de sábado tocaban el timbre de los vecinos. Los domingos, un plato de ñoquis en la mesa de la abuela, caseros por supuesto, y por la noche un libro en la mesita de luz antes de saludar a las estrellas y a los sueños que vendrían.

Caricias, palabras y tiempo compartido. Reuniones para mirarse a la cara y conversar quién sabe de cuántas cosas. Tiempos aquellos donde sólo importan los que están presentes y lo virtual es pura fantasía. Amigos, familia y disfrute. Los vestigios de una vida simple y añorada. 

Resuenan hoy los pasos de aquellos días en las baldosas de los patios que, vacíos, echan en falta las visitas y las tardes de otras épocas. Dejemos de custodiar los relojes que el tiempo se escurre entre las manos, solo a los que corren sin razón, sin embargo, es un aliado de quienes viven sin prisa pero sin pausa marcando el ritmo de un buen vivir.

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