
Te vi a través del cristal. Estabas caminando sin rumbo fijo, al menos sin rumbo hacia mí.
Tus pasos eran los de un peregrino que busca el camino a pesar de las dudas.
Vi la tez de tu rostro primero lozana, luego opaca y después curtida.
Tus manos fuertes plasmaron palabras y sueños, ahora buscan sostén.
El brillo de tus ojos, sin embargo, no se ha perdido, sigue el camino contigo.
Quise nombrarte pero no pude, me resistí a hacerlo para evitar el llanto.
Quise alcanzarte desde aquel escaparate y estiré mi mano intentando tomar la tuya.
No pude atravesar el cristal, su fría presencia me alejó de ti una vez más.
Las arenas en el reloj siguieron su curso y vi que pronto me alcanzarían.
Entonces mi llanto brotó y pronuncié tu nombre en el viento.
De pronto alguien seca mis lágrimas. Temo girar para ver quién es.
Sin embargo, decido dejar de escapar y enfrentarme al destino que aún me espera.
Antes de ver tu rostro pude escuchar tu voz, me dices suave al oído:
¡Que bueno que me has llamado! Hace tanto que esperaba, mientras
te miraba detrás del cristal sin otra intención que la de tenerte a mi lado.
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