
Somos duros con nosotros mismos. Nos dejamos convencer, nos
creemos el cuento y despacito, poco a poco, vamos acallando ese niño que
llevamos dentro. De seguro que si lo presentáramos con nuestro yo adulto se
preguntaría ¿Quién es? ¿Qué le sucede? ¿Por qué lleva esa expresión? Se lo ve
triste, quisiera ayudarlo a sonreír.
Los latidos del corazón de ese niño son eternos, en cambio las
etéreas obligaciones desaparecen con el correr del tiempo. Entonces… ¿Por qué
nos damos por vencidos? ¿Por qué relegamos nuestra felicidad? ¿Quién inventó
estas reglas que creemos imposibles de romper?
La sorpresa, es que han sido creadas por otros niños de ojos
vendados, bocas mudas y voces estranguladas que se convirtieron en fieles
seguidores del enmascaramiento, del disfraz, del conformismo que los une.
Nadie dijo que no nos íbamos a equivocar. Errar es parte del camino del aprendizaje, pero ser quienes somos no tiene precio. Por eso, déjame decirte que… Si duele, pasa; si enoja, suavízalo; si tarda, sé paciente; si no sale, se vale volver a intentar; pero por sobre todas las cosas, ten por seguro que si es lo que realmente quieres, entonces definitivamente ¡vale la pena!
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