Flechazo - RELATO BREVE

 

Juan caminó hacia el café de la esquina. Se sentó en la misma mesita de siempre junto a la ventana. Miró hacia afuera y, cuando se percató de que el mozo estaba a su lado esperando que le hiciera el pedido, se sonrió y se disculpó por su distracción. Pidió un cortado y una medialuna de manteca, sacó los libros que llevaba en su morral y los apoyó sobre la mesa de madera barnizada. Cuando el camarero llegó, él ya se encontraba inmerso en la lectura, pero esta vez el hombre carraspeó al arribar con el pedido para alertar al muchacho.

Elena, por su parte, llegó al barcito con una mochila no muy cargada; se notaba porque la tela quedaba holgada respecto de su contenido. Dos mechones ondulados y cobrizos le caían sobre las sienes mientras que el resto del cabello permanecía apretado en un prolijo rodete. Sus ojos eran brillantes y grandes, con forma almendrada y de color miel. Sus labios, no muy gruesos, estaban bien proporcionados.

El celular, que extrajo de la mochila, había emitido un sonido melodioso indicando que un mensaje había llegado, incluso antes de que ella hubiera podido elegir una mesa donde ubicarse. Chequeó la pantalla del móvil, sonrió tímidamente y enseguida lo guardó nuevamente. Observó a su alrededor y lo vio; un muchacho de cejas pobladas, la barba a medio crecer, el cabello un tanto despeinado, como a propósito, mostraba unas ondas rebeldes.

La chica se ruborizó de inmediato y agradeció que él no la estuviera mirando en ese momento. Casi una hora después de la llegada de ambos al bar, Juan comenzó a guardar los libros que había estado leyendo. Elena, mientras, volvía a sacar el móvil, esta vez para enviar un mensaje. El mesero que los había atendido caminaba por entre las mesas cuando, dos voces al unísono lo llamaron… “Mozo…, la cuenta por favor”.

Elena y Juan, se escucharon y ambos soltaron una risa fresca debido a ala coincidencia…. Esta vez los dos se ruborizaron sin poder evitarlo. El camarero les respondió que enseguida estaría de regreso con las cuentas a pagar de cada uno.  Cuando llegó a la barra le avisó a otro empleado que de las mesas 5 y 8 pedían la cuenta. El colega le dio gracias por el recado pero lo miró extrañado, por eso lo siguió. 

Cuando llegó al cuarto donde los empleados del bar se cambiaban la ropa, lo buscó todo en derredor pero ya no pudo encontrarlo. Allí sólo había un carcaj con flechas rojas sobre uno de los asientos, algunas plumas esparcidas en el piso y una ventana abierta que dejaba entrar la hermosa brisa primaveral que flotaba en el aire por aquellos días. 


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