
Se escuchaban quejidos de fondo y más a lo lejos se percibían llantos; era el canto de otros niños que estrenaban pulmones. El médico no llegaba. La madre cerraba las piernas, preocupada. El padre, en otro sitio, rezaba sin saberlo, sin despertar, aun sumido en una neblina profunda que mantenía el vilo del momento.
Una línea apareció y comenzó a trazar su camino. Lo recorría despacio, en forma constante. Marcaba su destino al compás de un 'tic-tac'. Hay quienes dicen que ese sonido misterioso es el eco del tiempo que va avanzando sin pausa, pero bien sabemos nosotros que es una ilusión vista sólo desde nuestro balcón. La verdad nadie la sabe, salvo Dios.
La línea viajera no era tímida, no andaba ni apurada ni cansina, iba nomás, sin detenerse, siempre hacia adelante. Comenzó entonces a subir por una de las paredes; húmeda, transparente, brillante. De pronto, en la pared opuesta otra línea aventurera muy similar, apareció. Durante el recorrido, ambas se vieron cara a cara y se reconocieron; se alegraron al ver al obstetra ingresando en la habitación. Ahora estaban ansiosas.
La madre se aflojó y una cabecita asomó entre sus piernas. Llanto, sangre y mucha emoción. El padre ya se encontraba fuera de la sala, esperando. En ese momento, las líneas se encontraron en un punto del techo y se fusionaron. Eran dos lágrimas nacidas de los ojos de los padres de aquella criatura. Una vez unidas, cayeron del techo en una gota bautismal, en la frente de la recién nacida. ‘Tic-Tac’ dijo el tiempo, 'Es una nena, y está perfecta’, dijo la partera.
Hermoso
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