El sentir vibra en las cuerdas y resuena en las teclas y el fuelle del acordeón. Los cabellos del hombre se agitan violentos al compás de la pasión que va erosionando las notas, mientras la cadencia de los acordes se eterniza, inundando el chispeante negro de los ojos de la mujer.
La orquesta acoge a ambos y los abriga, acompañando sin invadir el nacimiento de este dolor apasionado, casi acunando a estos vehementes intérpretes. Se acarician si tocarse, se hablan sin decirse; sólo la música comunica los ardores contenidos en esas almas, en esos cuerpos, en esas manos.
Promesas dichas con fricciones de cuerdas y vaivenes de vientos presurosos surcan el anfiteatro Arena Pula, deleitando oídos y estremeciendo espíritus. Conmovidos por el fragor, éstos lloran en silencio mientras vibra el alma de ‘Nonino’ en una eterna despedida, acompañando las lágrimas de Astor en cada hora, en cada nota.

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