Viajeros - RELATO BREVE


Colocó el papel color madera sobre la mesa. Lápiz, regla y escuadra. Imaginó cómo hacer los dobleces para que aquella hoja se transformara en un barco de gran porte que llevara la carga más valiosa de todas. Dobló el lustroso papel por la mitad, luego de nuevo, después a un lado y a otro y, casi mágicamente, lo logró.

El silencio reinaba en la casa. Se enorgulleció de su obra maestra; la untó con cera para que no se hundiera cuando lo botara en el agua. Solo faltaba la lluvia, esa tupida que caía en las calles, estrepitosa y extrovertida, y que arrastraba las naves con su irreprochable corriente.

El cielo se fue ennegreciendo. El niño pegó sus pecas al cristal de la ventana y se sonrió. El pilotín amarillo y las botas azules estaban preparados sobre uno de los sillones del living, esperando.

Un trueno sonó a lo lejos y la lluvia comenzó a salpicar los vidrios de las ventanas de todas las casas. Al mismo tiempo las puertas de las viviendas se abrieron y los niños salieron corriendo. Se amucharon cerca del cordón y se saludaron entre vítores y chillidos.

La escena estaba completa. Los ojos avizores de los padres miraban de cerca pero se cuidaban de no inmiscuirse en la aventura de los chiquillos. Ellos ya habían zarpado sus barquitos en otros años y aún seguían navegando.

Los niños se acuclillaron y a carcajada suelta, entre chapoteo y chapoteo soltaron sus ligeras y magnificentes naves en las aguas salvajes de la orilla. ‘¡Cuidado!’, gritaron cuando divisaron la alcantarilla… y luego soltaron gritos de satisfacción cuando los barcos sortearon airosos el peligro.

En efecto, la carga más importante estaba en camino… era la ilusión que nos acompaña en la infancia. ¡Quién sabe cuándo los barcos tocarían puerto! Sin embargo los niños sabían que lo más importante no era llegar sino la aventura de transitar el viaje.

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