
Sus ojos chispean, sin embargo no esconden picardía,
Guardan recuerdos sepia de vivencias, ilusiones y caricias.
¡Cuánto trabajo hay atrapado entre los pliegues de sus manos!
Horas trazadas en el tiempo del sacrificio y de la entrega.
¡Cuánta alegría los días en que pudo abrigar los platos vacíos!
Dedos largos y añosos cubren su boca de labios finos y gastados,
Esos que han besado la cabeza de sus hijos y la de sus nietos ahora.
Una sonrisa se refugia tras esa mano en esa auténtica timidez.
La trenza, que a la noche suelta, renace para rozar su cintura,
Y cuando la lleva delante, le acaricia la blanca falda,
Remanso de paz para el sueño del niño que ha reído o ha llorado.
Las canas que peina le dan luz a su rostro que se cohíbe ante la cámara;
Teme que la lente intente robar su alma, no quiere sucumbir a su encanto,
sin embargo, su espíritu baila glorioso tras aquella mirada cristalina
porque sabe que su vida es suya, que el recorrido es único y que,
cuando la cámara saciada se oculte nuevamente en esa tarde de ayer,
los brazos de sus amados niños pronto la estarán abrigando una vez más.
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