
Voy sintiendo las pinceladas, son los ayeres que me alcanzan con sus blancos
y negros; son caricias que me prodigan calor como el abrazo de un ser amado.
La música del bandoneón se dibuja en mis oídos llevándome a lugares viejos,
a otros tiempos suspendidos en el viento.
Las agujas del reloj van galopando hacia un destino incierto; siento que el
tiempo se me va escurriendo entre los dedos y cada tanto retumban las
campanadas del carrillón para volverme al presente.
Algunas miradas se van opacando mientras la mía se abrillanta con las
lágrimas de una emoción contenida; no es tristeza, no, son líquidos recuerdos
que fluyen hacia la libertad que brinda el llanto.
Un tango suena de fondo en el rincón de mi memoria; algo se ha salido del
marco de la foto y ahora baila un tango con ese frenético deslizar de unos pies
que se rozan apenas fugazmente.
Baldosas, ganchos, cunitas y sacadas brotan de esos brillantes negros
charolados, pícaros firuletes provocan y se confunden los pasos presurosos con
el palpitar de mi pecho acongojado.
Quiero dejar la melancolía atrás para dar paso a la alegría que transita hoy
mis vivencias.
Aquella magnífica Buenos Aires que, en su auge, me invita a viajar por
calles sin torres, sin apuros, sin envidias. Rostros amenos, inmigrantes,
trajes y vestidos… El Obelisco porteño, el tranvía, derroteros entre edificios
elegantes y casas de arrabal… Palabras viajeras, caminos de tierra y calles de
adoquín, todo sigue su viaje aunque nada es eterno.
Yo recojo mis ayeres, mis recuerdos y mis ilusiones nuevas…Los dejo al
abrigo de las vías de un tren bravío para que se suban, intrépidos y
aguerridos, y retomen la marcha que comenzó allá en un tiempo y hoy espera
ansiosa dar vuelta la página para continuar su historia.
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