Como un manto, los rayos invisibles de la luna le iluminaban el rostro, sin embargo, ella parecía brillar con luz propia en su caminar.
Él sabía a qué hora ella salía de la Universidad. Calculó todo meticulosamente pero los imprevistos a veces no dan tregua. En la mochila llevaba lo necesario; no necesitaba nada más.
Corrió y sus pisadas retumbaron en la noche. La alcanzaría. Divisó su figura y la vio contonearse cruzando el boulevard. No escaparía. Ella percibió una presencia detrás suyo, contuvo la respiración, sabía que lloraría, no podría contenerse.
Él logró su cometido. Anillo en mano se inclinó ante ella y de rodillas le hizo la pregunta… Los labios de la muchacha temblaron y bebieron las lágrimas mientras pronunciaban el “Si, acepto”.

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