La Muchacha del Andén - RELATO BREVE


Parada en la estación me miro los pies. Hoy estreno zapatos nuevos; unos divinos color suela de taco bajo, cómodos para ir a trabajar. Ensimismada, me sorprende un viento fuerte pero fugaz, como el suspiro de un gigante, que me sacude de mis pensamientos; me despeina los cabellos que quedan alborotados. Con ambas manos trato de acomodarme la melena y sin querer poso la mirada sobre una joven que se encuentra en el andén opuesto, más allá de las vías del tren.

La estación es pequeña, amena, pintoresca, típica de un pueblo chico como este. Los bancos son de madera color verde agua. La pintura no está ni reseca ni resquebrajada, está en buen estado, parece casi nueva. Los rieles brillan reflejando la luz del sol de mediodía, hasta parecen lustrados y los durmientes son esbeltos de madera recia. La gente que transita también se ve con ropas y calzados pulcros al igual que los rostros y los peinados que llevan. 

Me siento a gusto. Sin embargo, la muchacha frente a mí me llama la atención, captura todos mis sentidos, tiene algo que la hace resaltar en esta escena, no sé bien qué es. Lleva sombrero y vestido combinados en rojo y lunares blancos. Los zapatos marrones no son nuevos pero están impecables; la maleta hace juego con el cuero de éstos. Tiene el cabello rojizo y largo, me resulta familiar… muy familiar. Quiero ver el semblante que esconde; ella mira hacia el este, hacia el horizonte, es evidente que desea ver llegar el tren.

A lo lejos comienza a divisarse la humareda gris que va rompiendo el nítido ‘naranji-rosa’ del atardecer, no me apena, le quedan bien esas pinceladas de realidad. Vuelvo la vista hacia la joven, ha volteado la cara y... ¡oh, parece estar mirándome! No alcanzo a verle los ojos pero siento su mirada penetrante, inquisidora como atravesándome la piel y el espíritu. Sin embargo, no logro distinguir sus facciones, es como si una mancha borrosa le ocultara esa parte del cuerpo concediéndole privacidad.

Pestañeo repetidas veces para ver si consigo aclarar la imagen, entonces comienzo a sentirme intimidada por aquellos profundos ojos; amilanada bajo la vista y vuelvo a mirarme los pies pero esta vez no los veo; es solo una forma de escaparme. De pronto suena el silbido de la locomotora que, arremetedora, se deja doblegar para disminuir la marcha. Quiero gritarle que no suba, que espere, que necesito hablar con ella… ¿En verdad lo necesito?

Es inútil, mi voz es tragada por el bramido del tren; pierdo la esperanza de encontrarla. Me quedará el eterno interrogante de quién era, cuál era su nombre, cómo era. Nunca más la vería y si lo hacía no sabría que era ella, no le conozco el rostro. La locomotora vuelve a rugir extasiada de placer, el camino continúa. Allí, detrás de aquel gigante que se aleja, está ella; se ha quedado. Corro para no perderla nuevamente, bajo los escalones y cruzo las vías para llegar a ella.

Sin aliento alcanzo el otro lado. El andén está  lleno, los recién llegados saludándose con los pueblerinos, los muchachitos acarreando el equipaje. Recorro el lugar de punta a punta pero no puedo hallarla. ¿Dónde ha ido? Pregunto entre los presentes si la habían visto, nadie pareció notarla. Una vez más me siento abatida, se ha esfumado entre mis dedos. Pero no… Allí, frente a mí, en el sitio que había abandonado momentos antes, está ella. ¿Ha ido a buscarme, como lo ha hecho yo? Me apresuro a correr hacia la pequeña escalinata nuevamente pero algo me detiene.

Miro hacia el otro lado. Ella sigue allí con la maleta, el sombrero, los zapatos marrones y el vestido a lunares. Su cara sigue borrosa pero esta vez me dice enmudecida, con la cabeza hacia un lado y hacia otro, 'no, no vengas'. Cuando desisto de ir a buscarla se hace polvo, un polvo negro que cayó al suelo y cubre parte de las baldosas. Mis ojos se aguzan de tal forma que puedo ver claramente de qué se trata, aún a la distancia.

Con calma cruzo las vías y voy a su encuentro. Al llegar me asombra que nadie ha notado el pequeño montículo negruzco que allí descansa. Tomo un puñado con mi mano. Me incorporo y abro el puño. Son letras, letras a montones. Solo ahí comprendo que la muchacha es un personaje que yo creé y que elegí para protagonizar esta historia, pero ella no quiere formar parte, al menos no de este relato. Creo entender ahora, que quiere ser ella quién decide qué historias contar.


Comentarios