Avatares - RELATO BREVE

 

Otra vez me colgué con la compra de los remedios. Voy a ir de una escapadita a la farmacia en el receso para almorzar, ¿cuánto me puede llevar? Preparo las recetas y el carnet de la obra social para tenerlos a mano, cosa de llegar al mostrador y que el trámite sea rápido. Después me compro unas empanaditas y vuelvo a la oficina.

Así, con todo dispuesto, salgo. Las puertas automáticas detectan mi presencia y me abren el paso en una entrega dispuesta a compartir los interiores del local, que tanto tiene para ofrecerme. Además de refugiarme en una cálida, aunque casi agobiante, atmósfera donde la calefacción me reconforta brevemente del gélido frío exterior, me brinda tentadoras opciones en perfumes, esmaltes, golosinas, artículos de perfumería, muchos de los cuales no necesito pero adquiero para mimarme un poco.

Hoy, que estoy un poco acotada de tiempo, me limito a absorber con la mirada todo aquello que, seguramente, otro día vendré a comparar en revancha al apuro de hoy. Me acerco decidida al mostrador de la farmacia y veo que, aunque parece vacío, hay gente aguardando a un costado. ‘Primero debe sacar un número en el dispensador de tickets, señora’, me comenta el vendedor del sector ‘Particulares’ que está sin atender. ‘Gracias’, le digo.

¡Qué suerte, dos personas nada más!, pienso. No serán más de quince minutos. Saco el celular de la cartera mientras espero a que me toque el turno. Respondo unos whatsapps de amigas. Miro el grupo familiar; nada, sin novedades; ‘genial’. Sigo con un juego de palabras. Me empieza a doler la cintura. Relojeo el mostrador y veo que, de los dos empleados que atienden a las personas con Obra Social, uno no está más y el otro sigue con la misma señora que estaba cuando entré. 

No avancé nada. ¿Qué hora es? Perdida en el oasis del celular, no me di cuenta de que ya pasaron veinte minutos. Oigo los bufidos que liberan las personas que esperan conmigo. No puedo evitar hacer lo mismo. Miro el celular y captan mi atención las noticias que aparecen al abrir Google. Ni las busqué pero ahí están, llamándome.

Pasan desapercibidos más minutos… ¿Cuántos? ¡15 minutos más! Naaaa, ¡¿qué está pasando?! El celular ha perdido su poder, su magnetismo. Lo guardo en la cartera sin oír sus protestas. Incluso su luz presenta su queja desde la oscuridad obligada. Cabeceo intentando ver qué pasa en el mostrador. Recién vuelve el muchacho que se había ido. Ahora va a llamar a alguien. ¡Por fin!. Pero… Veo que intercambia palabras con el otro empleado y éste se va. ¿Se vaaa? ¡Dios! Ya estoy blasfemando. 

Miro a los otros dos clientes de la fila, y miro hacia atrás para ver cuántos se agregaron. Busco complicidad con mi mirada impaciente. No me dan cabida. Bueno, no tendrán apuro, no sé, pienso. ¡Con todo lo que estuve esperando ya podría al menos haberme comprado algo, una crema, un lápiz labial, algo, total tengo número no hacía falta quedarme en la fila!. Sin saberlo, la señora que aguarda en el mostrador, receta en mano todavía, me ayuda a ahorrar en cosas superfluas. 

Finalmente, presto atención a lo que el empleado que tomó la posta le dice a la mujer. 'Señora, ya me fijé dos veces pero de los tres medicamentos solo uno  tiene convenio con su obra social. Puede llevar los otros dos pagando como particular o decirle a su médico que le de otra marca. Y la otra receta tiene la como borroneada, tiene que pedirle al médico que la salve o que le haga una nueva porque así no la podemos procesar’.

¡¿Paaaara qué?!

La pobre señora, que hacía tanto tiempo como yo que estaba en la farmacia - más que yo porque llegó antes - le dijo que no entendía bien lo del convenio, que siempre los llevaba sin problemas, que el médico está de licencia hasta el otro mes y que necesita los remedios. Todo esto va para largo, pienso,  porque el muchacho le va a explicar y le tiene que tener paciencia y respeto como corresponde. 

Abandono mi puesto, hago un bolito el ticket y lo meto en un bolsillo; no hay tachito de basura. Me disculpo internamente con la señora por haberme molestado tanto, por ser tan intolerante. Ella ni se ha enterado de mi exabrupto pero el Universo escucha. Yo puedo volver más tarde, no pasa nada y agradezco, ¿por qué? Por todo. En mi camino hacia la puerta me pongo perfume de los que están de probador y me encanta. El próximo mes, cuando cierre la tarjeta, me digo. 


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