Sus pies se apoyan en una base circular de no más de 14
pulgadas que descansa, impertérrita, al fin de una viga de hierro. Viste
guantes largos y vestido que desnuda los hombros, lista para una fiesta, sin
embargo no tiene espacio para bailar. Es una diva que resplandece en aquella
plataforma a cientos de metros del suelo en la cornisa de un imponente
rascacielos.
Su sonrisa contrasta con la sensación que siente en el
estómago. Cosquillas le recorren el cuerpo, está feliz y asustada al mismo
tiempo. Se animó a posar para la portada de aquella revista, tan famosa, en un
escenario muy particular. Se siente volar; los autos y la gente tan pequeños a
sus pies le dan una nueva dimensión a sus sueños.
Un fotógrafo sentado en otra viga se refugia en el lente de
su cámara, fundiéndose en una sola figura negra. Esconde su rostro en pos de
obtener la fotografía de la década. El temor lo ignora, se siente cómodo en su
estudio a cielo abierto. El viento no lo apabulla, se convierte en brisa a su
alrededor. Aguza su mirada, nada más existe en ese instante. Presiona el
disparador.
Queda inmortalizada la dama de rubios cabellos, la mirada
hacia el cielo, una mano levantada atrapa el aire, la sonrisa despejada ilumina
la ocasión. Una época dorada, de torres que se construyen en un intento de
alcanzar las nubes, albergar el éxito y dar rienda suelta a los sueños de miles en aquella inmensa ciudad.
Un flash interior la devuelve al presente. Abre los ojos y agradece por haber vivido una aventura tan impensada para un ama de casa de aquellos tiempos. Sirve un delicioso té, acomoda las masitas secas en una fuente y lleva todo a la mesa. Su esposo la espera, le recibe la bandeja y le corre la silla. Se sientan a disfrutar de ese momento. Antes, él se levanta y le dice, ‘Primero te saco una foto, estás hermosa’.

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