
Esta mañana salí a caminar sin pensar en nada en particular. Anduve recorriendo las plazas, las calles, los pasajes y bulevares de la ciudad, tan cubierta de otoño y frío. Hoy me tocó ser luz, esa luz natural que hace brillar un día invernal y que mengua el frio que brota de las gotas de rocío nacidas en la noche. Escuchaba el silencioso caminar de los perros sin dueño que andan en busca de comida y cariño; el maullar de los gatos que, de parranda, disfrutan del sigilo y la oscuridad de la noche.
Me tocó ser luna y me dediqué a contemplar los vapores que salían de la boca de aquellos que, acurrucados sobre diarios y un piso frío, soñaban con una cama caliente y un plato de sopa. La semana pasada me sorprendí amando el estoicismo de mis raíces y mis ramas, cuando, convertido en árbol, me dejé acariciar por las manos de los niños que intentaban treparse de mí; sus risas me hacían cosquillas mientras un perro coqueto se me acercaba para olerme y, afortunadamente, olvidarme.
Lo más bello fue ser hogar para los nidos de las aves que trinaban sin pensar en nada, sin temer al tiempo. Hoy soy lluvia. Me deleito regando plantas y flores, llenando cuencos para brindar agua pura a los sedientos que viven en el desierto y las lejanías de la puna y las quebradas. Un viento de pronto me lleva en sus alas, me cuenta un cuento y me hace soñar. Me dice rápidamente que piense en mi más ferviente deseo. ¿Cómo explicarle que no es solo uno?
Cierro mis ojos de cielo e imagino miles de sueños. Uno se hará realidad, lo presiento. Alzo mis párpados de húmedas nubes y ya no soy lluvia; me he convertido en pequeños trozos de hielo. Siento cómo caigo en un inmenso espiral, empapándome de historias, confesiones, anhelos y secretos. Voy cayendo, cayendo... Toco el suelo que inesperadamente me recibe. Me he transformado en palabras que, de a poco, se van yendo en el alma de la gente.
Comentarios
Publicar un comentario