Atrapo en un clic los pensamientos de una pareja, los enredo y los guardo en el tiempo. La mujer, alumbrada por la claridad de un suave sol vespertino, sueña despierta viajando a través de un cristal; el hombre juega a adivinar las palabras en los labios de dos amigos que conversan en la vereda.
Un edificio grisáceo no quiere perder protagonismo e invade el cuadro, conquistando la lente de la cámara que, ruborizada, le permite la arrogancia de ser casi protagonista. Un árbol desnudo tirita de frío mientras una brisa invisible lo visita y se entrelaza en sus tímidas ramitas secas y quebradizas.
Un par de pequeños vasos de vidrio, vacíos, apoyados en la brillosa madera de la mesa, como ruinas, atestiguan la visita extinta de un café humeante y espumoso que ya se esconde en los cuerpos de aquella pareja que, ensimismada y abstraída, no logra darse cuenta de que el sol, en el horizonte, puja por conocer sus secretos, al compás del tic tac, de un reloj escondido.
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