Sentado a la mesita de un bar, se había bebido un café cortito, “expresso” mejor dicho. El pocillo distraído se enfriaba de a poco y el plato blanco con miguitas, junto al pequeño vasito de agua, eran testigos de la preocupación del hombre.
Sus ojos cansados se agazapaban detrás de los lentes en un esfuerzo por pasar desapercibidos. El hombre engullía lentamente las letras del diario, que completamente inocente, yacía en la madera de la mesa. Con una mano se sostenía la frente como conteniendo sus pensamientos que parecían pesar. ‘Todos tenemos nuestros secretos y todos callamos algo’, pensó el diario sin causar sospechas; los minutos siguieron marchando.
Sus dedos fueron pasando las hojas grisáceas, manchándose de tinta, dejando huella. El hombre, llegando a la última página, soltó un suspiro como de alivio. Sin embargo, el diario pensó casi en voz alta, ‘nunca creas que terminó si aún no ha terminado’. Y así, los ojos del hombre se abrieron de a poco. Su mirada, mostrando una mueca de terror que nadie más percibió, alcanzó la última noticia:
‘Un hombre calvo, sentado en un bar lee el diario. Se toma la cabeza con su mano derecha. Luce pantalón azul, suéter gris y chalina marfil. Las letras antes indiferentes ahora le causan pavor. No puede disimular su espanto. Gotas de sudor van poblando su frente. La nota ya se acaba. El hombre se vuelve borroso. Su figura tiembla. Quiere gritar pero no logra hacerlo. El diario se agita levemente, como sacudiéndose. El hombre va desapareciendo, fundiéndose de a poco en los objetos cercanos. Silencio...’.
El pocillo otra vez con café humeante, el plato con una medialuna y el vasito de agua lleno. El diario está cerrado y doblado prolijamente. Todos aguardan… ¿A quién esperan ahora?

muy lindo
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