
Sentía poco a poco que un calor habitaba en sus entrañas pero no un calor agradable y gratificante, de esos que te cobijan y te mecen, sino un ardor desconcertante que le causaba malestar y hasta una cierta agonía. Buscaba en los tiempos de ocio, que se entrelazan con las actividades cotidianas, la causa de aquel padecimiento mudo, acobardado, que se escondía detrás de falsas apariencias.
Otras veces elegía olvidar, dejar ese escozor, ese fuego que lo carcomía, tapándolo con risas huecas, reuniones sin gracia y palabras sin sentido. La verdad siempre es mejor pero muchos la evaden por miedo o por vergüenza. Así el dolor se hizo más agudo y llegó a invadir cada minuto, cada risa, cada llanto, todos los momentos de su vida porque una pena no se acalla, se acepta y se lleva y si se puede, se suaviza.
Se encontraba volviendo del trabajo, caminando por las calles frías una tarde de invierno, cuando en su camino vio dos hombres que se abrazaban, tan iguales eran que poca duda quedaba de que eran hermanos. El sentimiento de aquellos le robó el aliento porque su interior estaba roto, quebrado y en llanto. Un nudo se formó en su garganta, y una lágrima se declaró en rebeldía al no dejarse intimidar. Rodó nomás por la mejilla rompiendo la soberbia y la frialdad del raciocinio en aquel hombre que en su corazón tenia un hueco, oscuro y profundo, que solo necesitaba de una palabra para ver la luz.
Al llegar a su casa, dejó el abrigo y el maletín en la entrada. Se sentó en el sillón y se cubrió la cara con ambas manos; soltó un suspiro. Se sintió con coraje y se liberó de un peso enorme al deshacerse de las culpas, los porqué, los cómo y los quién. Una mano decidida, sin pedir permiso, tomó el teléfono y marcó sin disimular el temblequeo de los dedos.
Una voz, muy parecida a la suya, contestó al otro lado; al oír su voz, un silencio se apoderó de ambos hombres hasta que dejando de lado el orgullo y en medio de la aceptación de los propios errores y egoísmos, se pronunció un “Perdón…”. Una sola palabra que, a dos voces simultáneas, fue un bálsamo para los corazones heridos de dos hermanos.
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