El niño pasó por aquella esquina de la mano de su madre. Nunca había visto aquel objeto gigante, frío, duro, colorado. Una rendija, a modo de boca, le cruzaba la fachada.
- Mamá ¿Qué es eso?
- Eso es un buzón, hijo.
- ¿Y qué es un buzón?
- Es un lugar donde la gente mete las cartas que quiere enviar.
El pequeño siguió caminando, de forma automática, sin prestar atención a nada más en el camino. Se había quedado pensando en lo que su madre le había dicho. Luego de un rato habló nuevamente:
- ¿Una carta como las que le escribo a Papá Noel?
- Claro, como esas.
- Pero yo no meto la carta en el buzón, ma.
- Y… no. La mandamos nosotros.
- Ahhh, ¿y vas y la ponés dentro del buzón ese?
- Sí, o la mando por correo.
- Pero si me decís que hay que poner las cartas ahí…
- Si, esa es una opción pero podés también se puede ir al correo y un empleado la manda por vos.
- Ahhh... Y entonces, si se puede hacer eso, ¿para qué está el buzón?
La madre se vio envuelta, una vez más en las, casi interminables, preguntas que un niño empieza a hacer cuando descubre algo nuevo. ¡Qué hermosa e inocente es esa curiosidad que empuja a hacer aquellas preguntas! Con los años, muchas veces aunque no siempre, vamos perdiendo esa frescura, esa impulsividad, esa libertad de descubrir más y más cosas. Ese callar, para dedicarse a otras cosas que hacemos por obligación, va matando aún más nuestra inocencia.
La mujer le explicó al niño que había más buzones como ese, no sólo ese, y que dependía de si la gente tenía uno cerca o no, entonces iba al buzón y si no, iba al correo. Como las preguntas seguían surgiendo, decidió darle una respuesta que creyó lo dejaría intrigado y, quizás, sin preguntas por un rato.
- Lo que pasa es que nosotros dejamos la carta para Papá Noel en ese buzón porque ése es mágico.
Los ojos del pequeño se abrieron mucho, quedando muy grandes e iluminados.
- ¿En serio?
- En serio.
Y dicho y hecho, el nene quedó en silencio un buen rato después de escuchar las palabras de su madre. Pensó qué era lo próximo que iba a escribir en una carta para meter en ese buzón. Si era mágico, no había que esperar hasta Navidad... ¡Se podía escribir… en cualquier momento!
A la mañana siguiente el niño le entregó la carta a la madre y ésta la guardó en su cartera. Camino al colegio, pasaron por delante del buzón y la madre, olvidando el asunto, siguió de largo. El hijo entonces le tironeó la mano y ella lo miró preguntándole el motivo, a lo que él respondió:
- Hay que mandar la carta, ma
La madre pensó que le iba a dar el gusto ya que, cuando el cartero viera el destino de la carta sabría que era algo de niños y así, echó la carta en el buzón. Hasta le pareció oír un ruidito cuando el sobre desapareció en el interior de aquellas fauces metálicas.
Al día siguiente el padre recibió un llamado. Una sonrisa le iluminaba la cara cuando cortó la comunicación, lo que llamó la atención de la esposa, tan preocupados y alicaídos estaban por la situación económica que estaban pasando. El pequeño corrió hacia su padre y éste lo levantó en brazos. La madre, muy sorprendida le preguntó con la mirada a su esposo el motivo de aquella alegría.
- ¡Conseguí trabajo! - Exclamó - ¡Después de meses!
La mujer corrió a abrazar a ambos y el niño, en medio del apretado abrazo, le guiñó un ojo. La mujer, asombrada, comprendió al instante y una lágrima rodó por su mejilla. ‘Después de todo la magia existe’, se dijo.
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