Un Maniquí Pudoroso - MICRORRELATO


La conversación era algo que llamaba la atención. Fuera del camarín, todos los que trabajaban en el teatro y pasaban por allí, quedaban más que sorprendidos. No era común escuchar que los actores y actrices conversaran con alguien una vez dentro de aquel cuarto, pues siempre estaban solos allí; no se permitía el ingreso a nadie ajeno al teatro.

Se oía la voz de la mujer, una actriz muy reconocida de la época, que hablaba con un hombre. Todos estaban escandalizados porque no estaba bien visto que un hombre estuviera dentro del camarín de una estrella, y mucho menos a puertas cerradas. Sin embargo, la muchacha sonaba despreocupada, y aunque no se podía entender lo que decía tan baja era su voz, sí se percibían claramente las carcajadas que la actriz profería sin disimulo. Por su parte, el hombre solo carraspeaba mostrando, a claras, una incomodidad que la mujer parecía ignorar.

Tal fue el escándalo que armaron los testigos de esta inusual situación, que el asunto llegó al director de la obra que, por ese entonces, se daba en aquel recinto. Indignado, éste caminó con paso enérgico hasta el camarín de la bella actriz protagonista. Al llegar al camarín golpeó y nadie respondió; como en ese instante solo había silencio, apoyó la oreja sobre la madera de la puerta y esperó…

Se sobresaltó cuando la risita de la mujer se escuchó entremezclada con el “¡basta ya!” de una voz masculina. Decidido abrió la puerta sin volver a llamar. La mujer, en cuclillas y sin vestimenta alguna, sonreía; lucía, eso sí, unos hermosos zapatos negros. Lo que dejó al director boquiabierto fue lo que sucedió después, cuando al unísono, seis cabezas de maniquíes masculinas se giraron hacia ella y una de ellas dijo:

- ¡No te rías mujer, que yo no sabré dónde tengo la cabeza, pero tú…! ¡Tú andas completamente desnuda, válgame Dios!

Comentarios