La iban a casar a la fuerza. Ella no estaba enamorada de ese señor... ¡Treinta años mayor! ¡Un viejo! Ella apenas pasaba de los 16 veranos.
Los padres la habían prometido con un hombre influyente. ¿Y qué era eso? No le importaba, no lo quería y eso bastaba. Lo detestaba sin conocerlo. No le interesaba si era una buena persona. Ella quería conocer el amor.
Odió a sus padres por someterla a aquel destino sin luz, sin sol, sin cariño. Se imaginó entre los brazos de aquel hombre y sintió náuseas. En la mesa, aquella noche, la instaron a comer. ‘No tengo hambre’, dijo, y se excusó para retirarse a su cuarto.
Se quitó la ropa y contempló se desnudez frente al espejo. ‘Es mi templo’, pensó. ‘Mi cuerpo es mío y mi alma también’.
En medio del silencio de la noche, un brillo destelló en sus ojos. El corazón le latía tranquila y acompasadamente. Desnuda como estaba, hizo una oración, miró al cielo y se adentró en el espejo.
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