La Muchacha del Tren - MICRORRELATO

 

El coche se mueve. Es el traqueteo del vagón sobre las vías. Así son los viajes, una danza de movimientos y destinos. Después de un rato viajando, la joven se asoma a la ventanilla y enciende un cigarrillo que sostiene en su mano derecha. Mientras el humo escapa descaradamente entre sus labios gruesos, la ceniza se arroja a su suerte.

Un hombre la mira de lejos. Su figura lo atrae. El cabello ondulado se arremolina por el viento y un perfume delicado llega hasta él. Notas de azahar y bergamota invaden sus fosas nasales; frescura, encanto. No sólo eso, la mirada de la joven lo intriga. No puede evitar pensar dónde va, si viaja sola, si está casada, si se habrá fijado en él.

Los dedos finos y largos, de prolijas unas pintadas de escarlata, sacuden el cigarrillo distraídamente. La ceniza vuelve a saltar. La muchacha sueña despierta; mira el horizonte y viaja fuera del tren, lejos, muy lejos, en tiempo y espacio; ya ni es ella, es todo y de pronto vuelve.

Una voz galante y grave la saca de su embeleso. Le vibra el pecho, como un eco de aquella. Se le calientan las mejillas y está segura de que se ha sonrojado. ¡Qué escándalo! Nunca antes le había sucedido. Carraspea. No puede apartar los ojos de aquellos otros que la devoran. El corazón desbocado, la boca entreabierta.

- ‘Se le ha caído su pañuelo, señorita’, soltó como un terciopelo que acaricia y embruja.

- ‘Muchas gracias’, respondió en un suspiro.

Y al verla directo a los ojos, aquellos inocentes ojos verdes, pensó, como aliviado - ‘¡Gracias a Dios, es mía!’ - porque no hubiera soportado un ‘no’ como respuesta, cuando después del debido cortejo le pidiera que fuera su esposa .

- ‘Es que estaba distraída contemplando el horizonte. ¿No es lo más bello que ha visto?’, soltó ella.

- ‘No, no realmente; hoy ya no puedo decir eso’.

Ella, sin apartar la vista del profundo y distante horizonte, ocultó su sonrisa en el pañuelo.


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