Unidos por un Fin - RELATO BREVE

 

En una cafetería del centro porteño en Buenos Aires, los mozos deambulaban con pedidos por todo el salón. Era una jornada ajetreada, que bien venía para compensar la falta de trabajo durante los días de aislamiento por la pandemia.

Hombres, mujeres y niños tomaban café, desayunaban y charlaban al ritmo movido de una mañana de octubre. El movimiento continuo, el chocar de la vajilla y la danza de bandejas se adueñaba por entonces de la cocina de aquel lugar.

Un hombre y una mujer cruzaban miradas furtivas que, para el resto de los empleados, pasaban desapercibidas. Planes, conspiraciones, susurros antedichos se leían en aquellos rostros concentrados y resolutos.

Un ligero ademán, casi imperceptible; el hombre asintió con la cabeza en clara señal de quien da luz verde para que se ejecute algo. Como si el destino se confabulara con ellos, al mismo tiempo, sonaron las campanas de la Catedral, signo ominoso y terminante de una decisión irrevocable.

Ella tomó la taza del estante, buscó el plato del mismo juego y preparó la cucharita, brillante, pulida, inocente. Dispuso todo dejándolo preparado. Le alcanzó la taza al hombre que, de inmediato, preparó el espresso ágilmente, sin duda, con mucha experiencia.

La taza humeante llegó a destino para regocijo del comensal que la esperaba con deleite. Todas las mañanas un espresso, pero una historia se escondía detrás de aquellos ojos negros que nadie, salvo dos personas, podían sospechar.

Nadie notó cuando al café negro y caliente que reposaba en la taza lo invadió un polvillo siniestro, soltado adrede y con cautela en la cocina de un bar, una mañana ajetreada de octubre.


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