Las voces se encontraban y sus pasos se cruzaban por demás. Pasillos, cocinas y salas eran lugares de encuentro para estas personas amadas e imperfectas, como yo. Manos que acariciaban, cantos de arrorró, miradas que consolaban y aconsejaban tiernamente. Domingos de pasta y tardes de vermut. Los grandes conversan y los niños jugábamos... burbujas y globos que nacían para volar.
¿Dónde se alojan hoy los suspiros de aquellos? ¿Dónde se posan sus caricias y miradas, sus manos y sus ojos dónde van? ¿Hay acaso un único lugar? ¿Son felices y aguardan un día vernos llegar? No sé si existe el tiempo para aquellas almas. Aquí las agujas se nos muestran, ni humildes ni vanidosas, tan solo son. Ellos, mientras tanto, como polvo cósmico recorren el cielo, si me aquieto, ¿podré oírlos pasar?
Viajando y viviendo en este tiempo de ahora, algunos días me encuentran en sueños donde todos estamos en un mismo lugar. Hay abrazos, mimos y palabras de alegría. Hay juegos y comidas y relatos. No he de preguntarles nuevamente dónde están, dejaré que allí descansen y he de abrirles las puertas de la casa de mi infancia por si, hasta entonces nos veamos, se les da por visitar.
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