Aquella mujer, sentada en su escritorio, en su casa hermosamente amueblada, donde el sol entra a través de las cortinas en las bellas ventanas de madera de cedro, escribe… Escribe en su diario íntimo. ¿Qué palabras deja escapar de su pluma? Palabras de antaño. De un viejo amor. Vuelca ilusiones perdidas, vencidas por el tiempo y el desamor. Se lamenta y con lágrimas secas llora su historia rasgando el papel con sus trazos amargos.
Nadie lee sus palabras, son privadas, profundas, solitarias, no respiran, se ahogan sumergidas en la tinta del ayer, de la nostalgia. Son sangre de un corazón roto. ¿Se puede vivir penando? Ella creía en un tiempo que las almas, todas, tenían salvación y derecho a redimirse, a ser felices y a renacer. Entonces, ¿es ese diario una condena innecesaria? Deja la pluma. Las palabras hoy se han retirado a dormir su letargo. 'Mañana será otro día', se dice.
Hace sus cosas como por inercia. Los recuerdos la circundan como adormeciéndola en una nube de añoranza. Arrastra sus pasos como llevando un peso demasiado viejo como para soltarlo. ¿Será cierto? Cuando pasa cerca del escritorio mira el diario y piensa, ‘Mi viejo amigo’, el diario siente vergüenza, no quiere ese cargo, esa responsabilidad. Sueña con palabras nuevas. Cierra sus ojos y descansa en la silenciosa madera de siempre.
La mujer sale y se dirige al mercado. Hace las compras y se detiene, para su propia sorpresa, ante la vidriera de una librería. Un título atrae su atención. Lo mágico del libro, es que el título y el contenido cambian para cada lector. Que apropiado, ¿verdad? Mientras lo hojea, va aumentando su curiosidad y decide comprarlo. Cuando se acerca al mostrador para abonar, ve que el empleado de la caja tiene el mismo libro, ya empezado, marcado con un señalador.
El hombre se percata de la coincidencia y la mira con interés. Se ve cautivado por sus hermosos ojos verdes. Ella se sonroja y baja la mirada, intentando encontrar la tarjeta de crédito. La encuentra pero se le cae de las manos por los nervios, él la toma y lee su nombre en voz alta. La mujer siente como si escuchar su nombre pronunciado por aquel hombre, la hubiera despertado de un largo letargo. Fue como despertar de un embrujo, del tiempo y del dolor.
Ella firma el ticket de la compra, pone su número de documento y su teléfono, aunque el empleado no ha solicitado esto último, gesto que no pasa desapercibido para el hombre. Ahora él se sonroja; ella nota el rubor en sus mejillas y ambos sonríen. Al llegar a su casa, la mujer recibe un mensaje en su celular. Ríe en voz alta, como hace años no lo ha hecho. Abre el diario y escribe, ‘Hoy puede ser mi última oportunidad. Gracias, gracias, gracias’. Cierra el diario, que por dentro, también ríe.
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