Hacía rato que buscaba departamento. Le había costado mucho encontrar uno como ella quería. Recién separada y sin hijos, mientras vivía con una amiga, había dedicado sus ratos libres a buscar donde mudarse. Después de tres meses de mirar páginas de inmobiliarias, visitar propiedades y hacer cuentas, dio por finalizada su búsqueda.
Un hermoso PH en planta baja, al final del pasillo de una propiedad horizontal en Coghlan fue su hallazgo. Contaba con un pequeño patio luminoso que dotaba de alegría y vivacidad al resto del lugar, un dormitorio grande y un living-comedor-cocina, todo integrado. El baño, no muy grande pero remodelado. Festejó con su amiga y se mudó una semana más tarde.
Llegó y, con un suspiro, se desplomó en el sillón que había traído de su antigua casa junto con algunos muebles más, el resto, los compraría de a poco. La iluminación era muy importante, le agradaba tener claridad y un lugar para tener algunas plantas. Colgó algunos cuadros y fotos y acomodó las macetas en el pequeño patio. Estaba feliz.
En el entrepiso - muy útil por cierto - descubrió una baulera, es decir, más bien un pequeño hueco donde poder guardar algunas cosas como mochilas, gorros, patines, etc. Al subir encontró entreabierta la puertita de aquel lugar, la abrió y encontró una lona verde y polvorienta que cubría algo. La movió con cuidado para no levantar mucho polvo; sin embargo, no pudo evitar estornudar y hasta le lloraron un poco los ojos.
Allí, guardada en la baulera, había una cuna. Estaba en buenas condiciones, era de color roble y tenía un colchoncito envuelto en una sábana amarillo patito. Sacó el pequeño mueble de allí y guardó sus cosas. Bajó la cuna para dejarla en el living, se propuso donarla. Siguió acomodando su ropa, sus libros, y Cd’s; prendió la compu y se puso al día con los correos. Después de un rato se fue a bañar.
La noche había pasado como en un pestañeo, pero llegada la mañana había dormido bien y se sentía descansada, renovada y feliz con lo que veía alrededor. 'Mi casa', se dijo. Se preparó un café, un jugo de pomelo y unas tostadas con mermelada. Así, luego de cambiarse y maquillarse, salió a trabajar llena de energía y dispuesta a disfrutar de cada momento por venir.
Transcurrió una jornada de trabajo normal, con muchos correos, reuniones, llamadas y demás. Estaba exhausta. De regreso a su casa, decidió tomarse un taxi; esperar el subte y el colectivo parecía mucho, al menos para un día como ese. Al bajar, absorta en sus pensamientos, comenzó a hurgar en la cartera en busca de las llaves cuando le pareció oír el maullido de un gatito.
Miró hacia los costados y no vio nada. Volvió a retomar la marcha y oyó nuevamente el quejido, pero esta vez notó que parecía más un chillido, agudo y débil. Se quedó quieta esperando escucharlo nuevamente poder distinguir de dónde provenía. Entonces, escuchó el ruidito una vez más. Venía del tacho de basura de la cuadra. Se acercó y lo abrió.
Para su sorpresa y horror, encontró un bebé cubierto de sangre y basura en una bolsa negra de consorcio. Lo sacó de allí lo más rápido que pudo, con mucho cuidado para no dañarlo. Era muy pequeño, recién nacido diría. Sus ojitos cerrados y sus labios azulados. No dudó en entrar a su casa para envolverlo en una manta, lo cubrió y con la huella digital desbloqueó su celular para llamar al 911. La ayuda llegó pronto y salieron para el hospital más cercano.
Meses más tarde, después de realizar los trámites pertinentes, logró que le concedieran la guarda y luego, la adopción. Aquella cuna... augurio de buenas noticias... para dos.
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